Colombia, Latinoamérica — 05/04/2016 a 11:57 pm

Colombia hacia el fin de la guerra

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En Colombia tras medio siglo de conflicto interno las guerrillas entendieron que no fue posible tomar el poder por las armas y el Estado aceptó que no pudo derrotarlas por la vía militar, a pesar del apoyo de Estados Unidos y de la estrategia de guerra sucia contra la población civil.
Por Javier Orozco Peñaranda, Coordinador del Programa Asturiano de Derechos Humanos.

La única salida deseable ante este empate negativo es el diálogo para pactar las condiciones que paren la guerra. Ese es el propósito que avanza en la mesa de diálogos de La Habana con las FARC-EP y el faro que guiará la mesa que se abre a partir de ahora con el ELN en Quito. A ninguno de esos escenarios la guerrilla asiste en condiciones de rendición. En buena hora se abren las negociaciones con el ELN porque un acuerdo sólo con las FARC sería incompleto y dejaría terreno para otro ciclo de violencia, por lo mismo hace falta que se abra una mesa de diálogos con el EPL.

La guerra además de muy costosa para el país es muy dura para quienes combaten -que no son los hijos de los ricos- y para una izquierda perseguida a muerte, señalada de ser insurgente, y aún más para el campesinado que vive en las zonas donde impera el terror que deja más de 250 mil muertos, 30 mil personas desaparecidas y casi siete millones de desplazadas.

Las gentes están hastiadas de esta guerra interminable y degradada, por eso el fracaso del llamado del expresidente Alvaro Uribe Vélez a movilizarse contra unos diálogos que las guerrillas han propuesto desde hace más de veinte años y en los que no han dejado de exigir el cese del terrorismo de Estado, de la exclusión política y de la injusticia social.

Para las FARC-EP la mesa de La Habana es la continuación del propósito de dialogar roto por el gobierno de Andrés Pastrana hace 14 años, mientras que para el ELN será su primera experiencia de negociación formal y pública pues nunca en medio siglo se pasó de los acercamientos exploratorios, reservados.

Los retos que tenemos para superar el conflicto armado son grandes, pero también lo son el valor, el alto nivel organizativo y la claridad de propósitos de amplios sectores de la población que se la juegan para detener la acumulación por despojo, rasgo típico del capitalismo colombiano, y para impulsar una ofensiva política y popular por los derechos humanos que presione cambios sustantivos en el modelo económico neoliberal, que evite que los beneficiarios de la guerra, sean latifundistas, narcotraficantes, banqueros, vendedores de armas, agroindustriales criollos o empresas multinacionales, burlen los acuerdos a los que se llegue en las mesas de negociación con las guerrillas.

Esto será muy importante porque el conflicto en Colombia no es sólo armado. Hay un enorme conflicto social que el ELN pone sobre la mesa al exigir para las organizaciones sociales un papel protagónico y más allá de lo consultivo en las conversaciones que se inician.

Los enemigos del proceso de paz son poderosos y están dentro y fuera de Colombia. La reciente visita asturiana pudo constatar en casi medio país la ausencia de garantías para la lucha social originadas en la doctrina militar del enemigo interno y por la re-paramilitarización de las regiones con la tolerancia o cooperación de la fuerza pública, la represión, la cárcel, la brutalidad policial como únicas herramientas para manejar el conflicto social, las amenazas de muerte masivas, los asesinatos selectivos e impunes, todo un riesgo también para los guerrilleros que aspiran a crear -ya desarmados- una nueva realidad política al incorporarse a la vida civil sin renunciar a sus proyectos de transformación social, democracia, equidad y dignidad.

Con el fin de la guerra el bloque de poder dominante querrá formular otras formas de exclusión, represión y muerte, pero tendrá enfrente a las organizaciones sociales que tampoco están derrotadas y que oponen “al pesimismo de la inteligencia el optimismo de la voluntad”.

Colombia no puede caminar sola hacia el fin de conflicto. Eso lo han entendido los gobiernos de Cuba, Noruega, Venezuela, Ecuador, Brasil, Chile, México y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. De la Unión Europea y de España se espera que vayan más allá del apoyo diplomático a los diálogos y de la búsqueda de negocios para sus grandes empresas como ocurre hasta ahora.

Es necesaria una cooperación como la que hizo hasta hace pocos años Asturies, que apoye los planes de vida de las comunidades locales, que ayude a reconstruir las organizaciones sociales de base que luchan con valor por la paz con justicia social al proponerse eliminar las causas estructurales, objetivas, que generaron la guerra más larga y cruenta de Nuestra América.