Noticias — 18/08/2014 a 11:11 am

EL RECUERDO DEL HOLOCAUSTO: UNA TOMA DE CONCIENCIA MÁS AMPLIA

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EL RECUERDO DEL HOLOCAUSTO: UNA TOMA DE CONCIENCIA MÁS AMPLIA

Howard Zinn en 1999

Hace algunos años, cuando daba clases en la Universidad de Boston, un grupo de judíos me pidió que diera una charla sobre el Holocausto. Hablé aquella tarde, pero no sobre el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, no sobre el genocidio de seis millones de judíos. Estábamos a mediados de la década de 1980 y el gobierno de Estados Unidos estaba apoyando a los gobiernos de los escuadrones de la muerte en América Central, así que hablé de la muerte de cientos de miles de campesinos en Guatemala y El Salvador, víctimas de la política estadounidense. Lo que yo planteaba era que no se debía encerrar con alambre de espino el recuerdo del Holocausto judío, reducirlo moralmente a un ghetto, mantenerlo aislado de otros genocidios de la historia. Me parecía que recordar lo que les había ocurrido a los judíos no servía para mucho a menos que suscitara indignación, ira, acción contra todas las atrocidades, en cualquier parte del mundo.

Unos días después en el periódico del campus había una carta de un miembro de la facultad que me había oído la charla, un refugiado judío que había huido a Argentina desde Europa y después a Estados Unidos. Se oponía enérgicamente a que yo hubiera ampliado la cuestión moral de los judíos de Europa en la década de 1940 a pueblos de otras partes del mundo en nuestra época. El Holocausto era un recuerdo sagrado. Era un acontecimiento único, que no se podía comparar con otros acontecimientos. Se sentía indignado por el hecho de que habiendo sido invitado para hablar sobre el Holocausto judío, yo hubiera hablado de otras cuestiones.

Me acorde de esta experiencia cuando hace poco leí el libro de Peter Novick, The Holocaust in American Life (El Holocausto en la vida estadounidense). El punto de partida de Novick es la pregunta de por qué, cincuenta años después del acontecimiento, el Holocausto tienen un papel más prominente en este país (el Museo del Holocausto en Washington, cientos de programas sobre el Holocausto en las escuelas) del que lo tuvo en las décadas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Seguramente en el centro del recuerdo está un horror que no se debería olvidar. Pero en torno a este centro, cuya integridad no hay necesidad de realzar, ha crecido una industria de memorialistas que han trabajado para mantener este recuerdo vivo para sus propios fines.

Algunos judíos han utilizado el Holocausto como un medio de preservar una identidad única que ellos ven amenazada por los matrimonios mixtos y la asimilación. Desde la guerra de 1967 los sionistas han utilizado el Holocausto para justificar una mayor expansión israelí por tierra palestina y para construir apoyo para un atribulado Israel (más atribulado, como había predicho David Ben-Gurion, desde que ocupó Cisjordania y Gaza). Y los políticos no judíos han utilizado el Holocausto para construir apoyo político entre un grupo numéricamente pequeño pero influyente de votantes judíos (fíjense en los solemnes pronunciamientos de presidentes del país que llevan yarmulkas para poner de relieve su angustiada simpatía).

No me habría convertido en historiador sin hubiera pensado que mi deber profesional era acudir al pasado y no emerger nunca de él, y estudiar acontecimientos ocurridos hace mucho tiempo sólo por el hecho de ser únicos sin conectarlos con acontecimientos que están ocurriendo en mi época. Yo pensaba que si el Holocausto tiene algún significado debemos transferir nuestra ira a las brutalidades de nuestro tiempo. Debemos expirar el haber permitido que ocurriera el Holocausto judío impidiendo que hoy ocurran atrocidades similares; en efecto, utilizar el Día de Expiación no para rezar por los muertos sino para actuar por los vivos, para rescatar a aquellos que están a punto de morir.

Cuando los judíos se vuelven hacia su interior para concentrarse en su propia historia y apartan la vista de las terribles experiencias de los demás, de manera terriblemente irónica están haciendo exactamente lo mismo que hizo el resto de mundo, con lo que permitió que se produjera el genocidio. Ha habido momentos ignominiosos, farsas del humanismo judío, como cuando las organizaciones judías presionaron en contra de que el Congreso reconociera el Holocausto armenio de 1915 basándose en que esto diluiría el recuerdo del Holocausto judío. O cuando los diseñadores del Museo del Holocausto abandonaron la idea de mencionar el genocidio armenio después de que el gobierno israelí presionara en sentido contrario (Turquía es el único gobierno musulmán con el que Israel tiene relaciones diplomáticas).

Otro de estos momento se produjo cuando Elie Wiesel, presidente de la Comisión del presidente Carter sobre el Holocausto, se negó a incluir en la descripción del Holocausto el asesinato por parte de Hitler de millones de personas no judías. Según él, eso hubiera sido falsificar la realidad en nombre de un universalismo equivocado. Novick cita las palabras de Wiesel en las que afirmaba que “nos están robando el Holocausto”. A consecuencia de ello, el Museo del Holocausto sólo se refirió de pasada a los cinco millones o más de personas no judías que murieron en los campos nazis.

Construir un muro en torno a la excepcionalidad del Holocausto judío es abandonar la idea de que la humanidad es toda una, de que todos, sea cual sea nuestro color, nacionalidad o religión, merecemos los derechos iguales a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Lo que les ocurrió a los judíos bajo Hitler es único en los detalles pero comparte características universales con muchos otros acontecimientos en la historia de la humanidad: el tráfico de esclavos atlántico, el genocidio de los americanos originarios, la injurias y muertes de millones de trabajadores, víctimas del espíritu del capitalismo que sitúa el beneficio por encima de la vida humana.

En los últimos años, al tiempo que cada vez se rendían más homenajes al Holocausto como el símbolo central de la crueldad de los hombres, hemos colaborado con una interminable cadena de crueldades por medio del silencio y la falta de acción. Hiroshima y My Lai son los símbolos más dramáticos, y ¿hemos oído a Wiesel y a otras personas que mantienen la llama del Holocausto indignarse contra estas atrocidades? Countee Cullen escribió una vez en su poema También los Scottsboro merecen su canción (después de la condena a muerte de los hermanos Scottsboro) “Seguramente, dije, ahora los poetas cantarán/ pero no alzaron grito alguno/me pregunto por qué”

Ha habido las masacres de Rwanda y las hambrunas en Somalia que nuestro gobierno ha contemplado sin hacer nada. Ha habido los escuadrones de la muerte en América Latina y se ha diezmado a la población en Timor Este, y nuestro gobierno ha colaborado activamente con ello. Nuestros presidentes que acuden a la iglesia, tan piadosos en sus referencias al genocidio contra los judíos, continúan suministrando ¡los instrumentos de la muerte a los perpetradores de otros genocidios.

Es cierto que hay algunos horrores que parecen estar más allá de nuestro poder. Pero existe una atrocidad actual que está a nuestro alcance ponerle fin. Novick lo señala y el médico y antropólogo Paul Farmer lo describe con todo detalle en su notable nuevo libro Infections and Inequalities (Infecciones y desigualdades), y es la muerte de diez millones de niños en todo el mundo cada año de desnutrición y enfermedades evitables. La Organización Mundial de la Salud calcula que tres millones de personas murieron el año pasado de tuberculosis, una enfermedad que es evitable y curable, como ha demostrado Farmer en su trabajo médico en Haití. Con una pequeña proporción de nuestro presupuesto militar podríamos eliminar la tuberculosis.

El objetivo todo esto no es minimizar la experiencia del Holocausto judío, sino ampliarla. Para los judíos significa reclamar la tradición del humanismo universal judío frente a un nacionalismo centrado en Israel. O, como lo expresa Novick, volver a una conciencia social más amplia que fue el sello distintivo de los judíos estadounidenses de mi juventud. Los judíos israelíes que en los últimos años protestaron por que se pegara a los palestinos en la Intifada y que se manifestaron contra la invasión de Líbano demostraron esta toma de conciencia más amplia.

Para otros, ya sean armenios, o personas originarias estadounidenses, africanas, bosnias o de donde sea, esto significa utilizar sus propias historias sangrientas no para ponerse a ellos mismos contra otros, sino para crear una solidaridad más amplia contra quienes tienen la riqueza y el poder, contra los perpetradores y contra los horrores que están teniendo lugar de nuestro tiempo.

El Holocausto puede servir para un propósito poderoso si nos lleva a pensar el mundo de hoy como la Alemania de la época de la guerra, donde millones de personas morían mientras el resto de la población acudía obedientemente a sus tareas. Es una idea aterradora que los nazis en su derrota salieran vencedores: hoy Alemania, mañana el mundo. Esto es, hasta que abandonemos nuestra obediencia.

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