Colombia, Latinoamérica, Noticias — 27/05/2015 a 8:25 am

La guerrilla colombiana y el síndrome Néstor Cerpa

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paz para colombia

 

 

 
Javier Arjona. Miembro de Soldepaz Pachakuti y COSAL

 

¿Se acuerdan de Néstor Cerpa y del asalto a la embajada japonesa en Lima?

¿Se acuerdan de Montesinos y de Fujimori y del cardenal Cipriani?

Los dos primeros están presos, pero el obispo del Opus Dei continúa dando cátedra, su influencia es creciente, e incluso escribió un libro sobre los sucesos de la embajada, desfigurando, claro está, su papel indudablemente protagonista.

En diciembre de 1996 un comando del MRTA asaltó la embajada nipona en Lima durante una fiesta haciéndose con centenares de rehenes, 549 de los cuales fueron liberados. Permanecieron hasta el final 72 , junto a los 14 guerrilleros y guerrilleras. Pero “el final” duró hasta el 22 de abril de 1997, y en esos 125 días hubo de todo, dentro y fuera de la embajada.

Néstor Cerpa, que comandaba la toma, había sido líder sindical del textil, había pasado por las cárceles por sindicalista, hasta que se integró al movimiento revolucionario Tupac Amaru, muy diferente a Sendero, en métodos, en expectativas.

Sus demandas en la acción de la embajada tenían que ver con perspectivas de paz, y liberación de presos tratados de forma infrahumana. La compañera de Néstor Cerpa también estaba presa.

Su madre, durante esos días de la toma en Lima, daba una conferencia en el salón de actos de la Caja Rural en Gijón.

Entre los rehenes que permanecieron hasta el 22 de abril estaban Javier Díez Canseco, parlamentario de la izquierda peruana que murió hace un año, y Alejandro Toledo, que después sería presidente en Perú. Sus testimonios, bastante ocultados, son claves para conocer “el clima” en el interior de la embajada, y la “confianza” generada durante ese tiempo en que, fuera, Fujimori aparentaba gestionar los reclamos de los insurgentes, viajaba buscando salidas, y manejaba un lenguaje tranquilizador.

Confirmando ese clima de posible salida negociada, incluso el ministro cubano de exteriores viajaba a Japón, y se ratificaba la solución pacífica, dado que la operación se realizaba en territorio oficial japonés, cuyas autoridades debieran estar en todo momento informadas de cualquier preparativo.

Para la intermediación se utilizaba a Cipriani, designado por el Vaticano, en la comisión de garantes, que incluía a la Cruz Roja, pero cuyo responsable, Michel Minning, fue declarado finalmente persona no grata por Fujimori, y retirado por la Cruz Roja. Previsiblemente Minning se negó a asumir el papel de espía que sin ninguna duda jugó el obispo fujimorista, al que se le señalan “procedimientos” como la introducción de micrófonos y cámaras, muy ajenos a su misión vaticana.

El “clima” generado incluyó una rutina, donde los guerrilleros jugaban futbol, se efectuaban conversaciones relajadas con los rehenes, algunos de éstos seguramente con “síndrome de Estocolmo” por la “amabilidad” y buenos modales del trato de los insurgentes, algunos intercambios con medios de comunicación, y conversaciones con la comisión de garantes, con el convencimiento de que habría solución sin sangre.

La comisión de garantes dijo públicamente tener comprometidos en la solución pacífica a los gobiernos de Canadá, Japón, Cuba y la Santa Sede.. y la “confianza” fue extrema.

Los puntos oficiales de ese Acuerdo con el comando guerrillero incluían su exilio y amnistía a Dominicana y Cuba, el reparto de determinadas cantidades de víveres en los barrios pobres de Lima y provincias, la mejora de las condiciones carcelarias a los presos y la excarcelación de 17 de ellos (entre quienes estaría Nancy la esposa de Néstor)  y una cantidad sin especificar de dinero proveniente de empresas japonesas para el MRTA.

… Y Cipriani fue el encargado de anunciar ese acuerdo y los pasos que se irían dando para cumplirlo.

El 22 de abril de 1997, sin embargo, lo que se había estado preparando en verdad a costa del clima de confianza, fue el asalto militar a la embajada. Los guerrilleros no cumplieron su amenaza de matar a los rehenes pese a haber podido hacerlo. En cambio fueron asesinados, atados y ya detenidos varios de ellos, y Fujimori asumió el “éxito” de la operación haciéndose fotos entre los cadáveres mutilados de los abatidos.

Desde agosto de 2012 una de las guerrillas colombianas está en conversaciones de paz, y otra de ellas también ha anunciado intercambios con el gobierno para obtener una paz negociada en el país bolivariano.

A sabiendas de que la paz de las armas no es la paz a la que aspiran los movimientos sociales, muchos partidos y movimientos han estado con fuerza apoyando este proceso negociador que ha logrado varios acuerdos pero que ninguno de ellos se pondría en práctica hasta que todo esté acordado. Incluso varios de esos partidos y sindicatos, tapándose la nariz o no, han pedido el voto presidencial en segunda vuelta para Santos.

Para animar el “clima” de acuerdos esos movimientos y la propia guerrilla vienen demandado una tregua militar en los combates, a lo que el gobierno se ha negado sistemáticamente. Habitualmente las guerrillas venían “decretando” treguas unilaterales en los fines de año, coincidiendo con fiestas navideñas, y hace cinco meses las FARC-EP tomaron la decisión por su cuenta de tregua unilateral con propuesta de que tuviera verificación externa de que si no los atacaban no tendrían acciones defensivas. Ese decreto acaban de revertirlo, alegando que más de 80 guerrilleros han sido ultimados en las últimas semanas, la mayoría “mientras dormían”, bombardeados y sin posibilidad de defenderse o tratar de salvar sus vidas.

No es ninguna sorpresa, ni en Colombia ni en ningún lugar del mundo que mientras se “conversa” para la paz los contendientes sigan con sus acciones de guerra. Sí lo es más el que una de las partes manifieste posturas para “desescalar el conflicto” y la otra se aproveche para asesinar combatientes desarmados o bombardear con muchas toneladas sus posiciones… mientras en la Mesa “se mete prisa” para aceptar condiciones.

Las aspiraciones a lograr la paz en Colombia por parte de las víctimas del conflicto, que son millones, desde luego son muy superiores a los intereses que pueda tener la avariciosa oligarquía colombiana en una paz que siga siendo funcional a sus ganancias.

Que en 33 meses en que jefes guerrilleros y guerrilleras están en La Habana puedan haber adquirido un “síndrome Néstor Cerpa” que les haga tener confianza en un personaje tan falaz como Santos, y hayan podido perder “contacto” con el clima real en los campos y ciudades colombianas, podría ser una inquietud como para tener en cuenta para lo que “tenga que venir” en materia de acuerdos y desacuerdos, empezando o continuando por el mantenimiento de la guerra más sucia, por las estructuras paramilitares, que quedarían ahí, intactas, para seguir asesinando, provocando, destruyendo, todo el potencial de paz que se le pueda atribuir a las buenas maneras de las insurgencias colombianas.