Latinoamérica, México, Noticias — 15/05/2016 a 5:20 pm

Ojarasca 229, mayo 2016. Suplemento mensual de La Jornada

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En la historiografía contemporánea de los pueblos indígenas mexicanos, representa un hito el Congreso Indígena iniciado en Los Altos de Chiapas justo al otro día del entonces todavía denominado “Día de la Raza”. El 13 de octubre de 1974 culminó un esfuerzo de meses —impulsado por una corriente de la iglesia católica en trance progresista y liberacionista— para convocar a reuniones y discusiones comunitarias en centenares de pueblos realmente lejanos e inaccesibles. (El antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán hablaba de “regiones de refugio”.) 
Fuente: Ojarasca, mayo 2016


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Umbral | Parteaguas

Dadas las condiciones geográficas, sociales y políticas de la época, la capacidad de elaboración y convocatoria sorprende aún para los estándares actuales. Tseltales, tsotsiles, choles y tojolabales de la selva Lacandona, Los Altos, la Zona Norte y la frontera terrestre con Guatemala se juntaron, se hablaron, retrataron sus condiciones de vida, la explotación, el racismo, la injusticia, el abandono del Estado en educación, salud. Y lo dijeron en voz alta.Fue quizá la primera movilización indígena moderna que ahuyentó al gobierno. El gobernador Manuel Velasco Suárez había apechugado para autorizarla e invertirle con la intención de apropiársela. Fracasó. En el Congreso reinó una libertad de expresión colectiva inédita para los pueblos originarios.

Otros hitos con impacto nacional, como la contra-celebración del Quinto Centenario en 1992 y sobre todo el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en enero de 1994, con la cauda de acontecimientos definitorios que desató, son herencia, eco y consecuencia de aquella reunión pionera en San Cristóbal de las Casas que celebraba el centenario del gran Fray Bartolomé, el primero que denunció la destrucción de las Indias. Otros sucesos clave son los Diálogos de San Andrés, la fundación del Congreso Nacional Indígena, la multitudinaria Marcha del Color de la Tierra. Incluso la discusión parlamentaria y en la Corte sobre los derechos indígenas, aunque su resultado acabara siendo una basura, fue histórica y desnudó la desvergüenza del Estado.

Chiapas, 1974. Foto: Rogelio Cuéllar

En las décadas posteriores al Congreso Indígena, a fin de cuentas regional, las transformaciones en la vida, el pensamiento y la organización de los pueblos indígenas mexicanos desataron la reivindicación contagiosa de las lenguas originarias (y hoy su escritura literaria), la organización comunal, autónoma, independiente, así como la transfronteriza bi o trinacional hacia el norte. La recuperación de tierras, el establecimiento de sistemas propios de defensa y de justicia, la conquista del derecho a elegir autoridades por los usos y las costumbres ancestrales de los pueblos a salvo del pulpo partidario. Todo ello abreva de aquella experiencia que demostró que es posible. Con tal aliento se defienden hoy ríos, selvas, desiertos, sitios sagrados, se exigen derechos y justicia laboral en los campos agrícolas donde laboran jornaleros indígenas, y donde quiera que lleguen como migrantes. El despertar de nuestra “civilización negada”, que previó Guillermo Bonfil.

Aunque no dejarse les sigue costando la vida (por despojo de sus medios de existencia, masacres, ejecuciones, guerra de exterminio) los indígenas mexicanos dejaron atrás el fatalismo y el silencio. En esta Nación condenada al PRI generación tras generación, para los “otros” mexicanos, los antes invisibles, sí que hay un antes y un después de aquel octubre de 1974.