Ojarasca 234, octubre 2016


Suplemento mensual del diario Mexicano La Jornada, correspondiente al mes de octubre de 2016.
Fuente: Ojarasca, octubre 2016

UMBRAL:

Congreso Nacional Indígena: Del Ya basta al Nunca más.

El Congreso Nacional Indígena (CNI) cumple 20 años de su fundación y los conmemora en los Altos de Chiapas hombro con hombro con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Transcurrieron ya dos décadas de un despertar extraordinario. Rayo que no cesa. Viniendo de lejos en el tiempo y el territorio como los ríos de la montaña, la conciencia colectiva de los pueblos indígenas mexicanos tiene juntado un caudal de luchas y experiencias radicales y profundas. Son las décadas de la guerra de exterminio declarada contra ellos por los poderes políticos y económicos dentro y fuera de nuestras fronteras. Contra ello, miles de comunidades, pueblos, naciones, tribus, ejidos, rancherías, parajes, colonias, barrios y organizaciones de jornaleros resisten heroica pero comprensiblemente, pues decidieron ponerse del lado de la vida, no la muerte, y de la determinación de que nunca más habrá “un México sin nosotros”.

Cargamos vidas perdidas, cárceles, desapariciones, despojos, dolores, triunfos y movilizaciones que trascienden a los pueblos originarios y son de interés nacional. Los pueblos han construido vías para la autonomía, la soberanía alimentaria y los gobiernos propios que manden obedeciendo, respeten al pueblo y, ¡oh!, defiendan, ellos sí, la soberanía del país.

Hacia 2007, el movimiento indígena fue presa de la espiral violenta que desató deliberadamente el entonces nuevo (¿y próximo futuro?) presidente Felipe Calderón contra los pueblos y lo que se moviera, bajo el lucrativo y cínico disfraz de un “combate” al crimen organizado y las drogas. La Otra Campaña zapatista y del CNI reveló en 2006 el mapa de un país herido, en pie, listo para actuar en paz pero sin miedo por un cambio de fondo donde los bandidos fueran expulsados. ¡Sí Chucha! Lo primero que acometió el calderonato fue la siembra nacional de cuarteles, garitas, retenes, barricadas y patrullas, mientras contraía matrimonios non sanctos con las bandas criminales que decía combatir, lo cual potenció su letalidad y su capacidad corruptora.

El movimiento indígena independiente, y en general los pueblos originarios, quedaron cercados por los “bandos” de la peor guerra intestina vivida en México en un siglo, y que ni siquiera es del pueblo sino en su contra. En Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Michoacán, Jalisco, Chihuahua, Veracruz, Puebla, Estado de México, Yucatán, Sonora, Baja California se siguió luchando. Por autonomía, policía comunitaria, justicia nueva, educación propia, defensa del territorio, los ríos y las lenguas, participación de las mujeres, defensa del maíz de deveras, contra aeropuertos, represas eólicas y pendejadas.

Otra década después, no vencidos por tirios ni por troyanos, los pueblos organizados no sólo sobreviven, han creado espacios para la libertad, el buen vivir, la dignidad y la conciencia, más sabios, humanistas, progresistas y generosos que el Estado mexicano y su cohorte de inversionistas legales e ilegales, así traigan minas, urbanizaciones o amapolas.

Los asesinados en pocos años suman cientos de miles. Los desparecidos, decenas de miles. Reina la mentira en los medios, los discursos y las “verdades históricas”. Todo abona escándalos, desconfianzas y desencantos. Pero las luchas vitales de los pueblos, como lo confirman el CNI y los zapatistas, están en pie y empujan por que el país deje de estar acogotado por el terror, la corrupción y el desprecio.