Revueltas colonizadas y geopolítica de las alteridades rebeldes. Preguntas para el comandante Chávez, el 15-M y la Izquierda en general.


Doctor en Derecho, autor de “La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión” (Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008).

Estas líneas fueron comprometidas y en gran medida surgen por el diálogo sostenido con compañeras y compañeros de la Red Canaria por los Derechos Humanos en Colombia y del intercambio con la gente del movimiento 15-M en Tenerife los días 3 y 4 de junio pasados, así como con amigas/os venezolanas/os. Se me invitó – lo cual agradezco – para hablar del derecho a la rebelión frente a un orden in-mundo. Eso hicimos: tomamos nota de nuestras preguntas y sueños sobre la unidad de las resistencias.

Pretenden estas páginas, en un nivel básico y en resumen, participar modestamente de una reflexión y del compromiso desde la Izquierda sobre diversos hechos recientes referidos al universo de la rebelión. Unos sucesos son constitutivos de revueltas en
países árabes, objetivo que está en gran medida cubierto por numerosos y profundos análisis. Eso en primer lugar, para hilar hacia otro propósito, algo arriesgado: examinar y trasladar elementos que se proyectan sobre otros conflictos, como el colombiano, apoyando esta crítica en una cadena de circunstancias que incumben al gobierno venezolano. Una de sus últimas actuaciones, revestida de dudosa juridicidad por lo vejatoria, es la promesa de entrega al gobierno colombiano del combatiente y mando guerrillero de las FARC-EP, Julián Conrado, conocido cantautor rebelde, cuya captura se dio a conocer el 1º de junio de 2011. Esta promesa, que seguramente cumplirá el presidente Chávez, amotina estos juicios personales que se procuran compartir con honestidad.

Hasta ahí el popurrí puede ser comprensible y tolerable. Sin embargo, otros hechos en clave de España, con el testimonio del movimiento 15-M, relanzan parte importante de los cuestionamientos que es importante hacer para madurar un debate estratégico.

Ciertamente parece una mezcla sin sustento, un objeto de estudio traído de los cabellos, un mapa enrevesado que no tendría interés observar, al resultar conectadas realidades distantes y ajenas. No obstante, debe ser superada esa apariencia – que ya de por sí
delata cierta pereza instalada en focos de la Izquierda que emplean cuadrantes geográficos no sólo herméticos sino funcionales por otra parte a moldes dominantes -, para indagar por nuevas dinámicas en relación con procesos sociales y políticos que
configuran alteridades rebeldes, así como su geopolítica, e innegablemente su colonización, y por lo tanto los límites de ésta, es decir: posibilidades de lucha de emancipación.

1. La equiparación y el contraste Gadafi – Santos. Nuestros errores.

Para justificar o responder de modo más coherente a la inquietud de por qué se tratan en un mismo abordaje cuestiones de supuesta disímil naturaleza, quiero señalar apenas un reto dentro de lo elaborado actualmente. Ese reto lo ha irradiado con más altura y
riqueza el compañero Santiago Alba Rico, reconocido filósofo y escritor. Siendo suya la idea no caprichosa sino cabal y sensata de preguntar por una política que encierra graves contradicciones. Esa política es la que se ha expresado, por ejemplo por el gobierno de
la República Bolivariana de Venezuela, en la mano tendida de una diplomacia que sin dejar de estar al servicio y en el marco de valores revolucionarios, ha caído y puede caer peligrosamente todavía más en un tipo de realismo cofrade o asociado y de discurso
favorecedor, como ya se ha comprobado objetivamente, no sólo hacia figuras como Gadafi en Libia o Santos en Colombia, sino hacia la convalidación y el refuerzo a largo plazo – por equivocaciones inducidas o rotundamente propias – de procesos que buscan extirpar alteridades rebeldes y alternativas a la antidemocracia reinante en uno y otro país.

Ante Gadafi, ahora perseguido feroz y cruelmente por el Imperio, del que hasta hace poco posaba como amigo tras gestos de arrepentimiento, delación y compensación suciamente rendidos ante Occidente, había y sigue existiendo algo más que las dos
aparentes únicas salidas. La primera, la peor sin duda, que hubiese sido servil y criminal: ayudando al lado de la OTAN a la hipócrita condena contra Gadafi, colaborando así al encadenamiento de Libia a una guerra de intervención y por lo tanto de posible resistencia, tal y como sucede. La segunda, que es incoherente de raíz:
alabándolo y soslayando igualmente el sufrimiento que gran parte del pueblo libio del mismo modo padece por el ejercicio déspota y violento de aquel. Una tercera opción se intentó tímidamente por Venezuela y otros países. Era posible y aún puede serlo: respaldar una posición constructiva en el circuito de instituciones y redes fuera del control imperial, que afirman la autodeterminación de un pueblo y su derecho a la paz, lo cual no riñe con su deber de alzarse tanto para combatir una agresión imperialista como la de la OTAN, como para encaminarse por encima de autócratas, en aras de
alternativas de democracia y de empoderamiento popular para huir del pantano en el que Libia fue convertida por Gadafi y sus ex aliados, ahora enemigos.

Respecto de Santos, también hay más que una estrategia confrontativa, y hay mucho más que una práctica de adhesión cuando no de capitulación, visto un proceso revolucionario, como el venezolano, que se planteó y plantea representar un humanismo
social que no contemporiza con la barbarie, ni con el terrorismo de Estado ni con el mercado neoliberal. En consecuencia, habría más que esas dos posibilidades. La senda alternativa o tercera se clarifica y es factible a partir de los sectores populares en lucha y
por lo tanto criminalizados y victimizados, es decir no sólo examinando el historial y el actual proceder de una clase política y económica de la que Santos hace parte de manera destacada, que ha acudido sistemáticamente a la guerra sucia, sino cuidándose de la correspondencia personal y directa del binomio Uribe-Santos en la proyección de planes diseñados desde Washington, en los cuales está en la diana la Venezuela bolivariana.

Esa política de cálculo que convierte al amigo en enemigo, y viceversa, usada por el Imperio, es verdad. No es falsa. Y no nos debe doler. Sus resultados y objetivos son verificables y lógicos en su fuente misma. Es tejida por centros de poder letal cuando
deciden por conveniencia abandonar y luego atacar a Gadafi, para acercar, manipular y tutelar, de las formas ya aprendidas y por aprender, a los llamados “rebeldes” libios (rotulados así por periodistas de diferente signo e intención). “Rebeldes” que parece
todos ya no lo son. No lo son en su mayoría orgánica y estructurada, a la vista de su probada inserción y subordinación en las estrategias de dominación dirigidas por Estados Unidos (USA) y la Unión Europea (UE), recibiendo armas, dinero, entrenamiento, órdenes y aplaudiendo matanzas de la OTAN en nombre de la “libertad” y la “democracia” que conceden las máximas instancias del capitalismo de Occidente.

Pero también, y eso sí nos debe doler, es la política de cálculo que traza paradójicamente un gobierno progresista como el venezolano, para respaldar a Gadafi y a Santos, equivalentes o pares hasta hace poco para el Imperio, hasta cuando éste decidió la campaña militar de la OTAN, la cual demarca en cuestión de días que el
coronel libio dejaba de ser el buen aliado para pasar a ser otra vez el malo y de nuevo el enemigo. Esta embestida imperial contra un pueblo expoliado por agentes internos y externos, explica la razonable y específica reacción venezolana contra la brutal
intervención militar en Libia, como no podía ser de otra manera, en tanto asiste el derecho y el espasmo defensivo, el reflejo lógico ante los mismos centros agresores, USA y UE, que han buscado minar el proceso de cambio venezolano. Explica la respuesta sólo hasta un punto, pero no un incondicional patrocinio a un régimen
autocrático, que no puede justificarse siempre y en blanco. Si así lo admitiera la Izquierda ¿qué la diferencia a futuro de la derecha o del fascismo global creciente?

No sólo debe denunciarse lo abominable porque corresponde a los principios de la Izquierda no guardar silencio ante lo evidentemente injusto, sino porque esa impugnación no puede ser patrimonio de organizaciones de derechos humanos de la derecha que condenan violaciones o abusos cometidos por regímenes supuestamente
disidentes, pero no el sistema de dominación global capitalista en cuyo funcionamiento se explica la inmensa mayoría de las violencias más graves que enfrenta la humanidad.

La misma pregunta hecha sobre Libia surge ante el caso colombiano. Una mejora de las relaciones comerciales y en otros ámbitos económicos y de seguridad entre Colombia y Venezuela es admisible pero no es suficiente argumento para disculpar violaciones a los derechos humanos cometidas por los gobiernos de estos países, como se patentó recientemente en la injusta entrega de Joaquín Pérez Becerra y la probable devolución del cantante Julián Conrado, miembro de las FARC-EP, entre otros hechos que desconocen instituciones básicas de derecho progresista como las referidas a un abanico de posibilidades de neutralización y salvaguarda de la persona requerida, derivadas de la materialización y alegato del asilo territorial.

¿Acaso esa lógica sacrificial de seres humanos es parte del precio que debe pagarse por dicha mejora? Sabemos que es preferible esta coyuntura y tendencia frente a la provocación que el anterior presidente colombiano, Uribe Vélez, estaba preparando para la descomposición de esas relaciones, al extremo de llevar a un posible enfrentamiento entre los dos países y al aislamiento internacional y acusación del gobierno de Hugo Chávez. Por eso se valora positivamente recomponer en beneficio de Venezuela esas
relaciones, desactivando o cambiando provisionalmente parte del rumbo de planes belicistas que junto a otros agentes como USA y la Organización de Estados Americanos, OEA, se organizaban contra la Revolución Bolivariana. Pero volvamos al interrogante: ¿entonces por esas razones esos pactos deben estar exentos de crítica? ¿Per se deben ser asumidos como irrebatibles y constructivos? Por esa vía, objetivamente, una parte de la Izquierda venezolana – oficialmente el gobierno -, se distancia de las víctimas y se pone en contra de seres sufrientes, empobrecidos y vejados.

Hay miles de miles de seres humanos sobre cuyas cabezas pesan años de exclusión y violencia por un régimen como el de Gadafi. Cabezas de pobres sobre las que ahora también caen a diario bombas de la OTAN. Las mismas piezas bélicas Made in USA e
Israel que son disparadas en Colombia, país bisagra, donde diferentes antagonistas resultan socios de hecho en una misma aventura guerrerista.

Señala acertadamente Santiago Alba Rico frente a la situación en Libia y Siria, en el contexto de las revueltas árabes, que la reacción de una parte de la Izquierda, en particular de América Latina, es contradictoria, pues resulta distorsionando o mintiendo tal y como lo hace la derecha, para ensalzar autócratas, como si fuesen líderes
revolucionarios, contra los derechos de los pueblos, contra la posibilidad de su rebelión ante opresiones1. Agrega que esas revoluciones árabes eran nuestras, de la Izquierda
latinoamericana, pero que se han ignorado, por ejemplo por los países del ALBA: “Empezaron como el “caracazo” de 1989 que luego llevó a la victoria bolivariana; como las luchas indígenas en Bolivia y Ecuador que auparon a las masas populares al gobierno; como la de los piqueteros en 2002 que lograron al menos la derrota total del menemismo y la democratización parcial de la Argentina”.2

El menosprecio y el error, el descuido y la torpeza, el no decidido acompañamiento ético, político y diplomático a esas revueltas árabes (como todas: ni ideales ni intachables), en suma, esa tibieza, ha contribuido a que sean las potencias occidentales las que estén presentes en la tensión directa y se beneficien del grito rebelde, sea éste pacífico o no. Hemos contribuido desde la Izquierda con esa pasividad a que los imperialistas se adueñen e intervengan, colonicen, neutralicen y corrompan los movimientos de rebeldía, para así asegurar la contrarrevolución, o intenten hacerlo con gran ventaja. Libia plasma esta arremetida.

¿Tiene esto que ver con la situación colombiana? ¿Existen posibilidades de homologar un cuadro con otro? La equiparación o el contraste Gadafi – Santos resulta de la mecánica maniqueísta y del doble rasero tanto en el nivel de las decisiones de las potencias de primer orden, lo cual no nos extraña, como también en el plano de las posturas de países que no están inscritos en el poder dominante del Occidente capitalista sino que disputan márgenes de legitimidad y control relativo de algunos factores políticos y económicos, como Venezuela, lo cual sí nos desconcierta. Mecánica en parte compartida por aplicación doblegada del paradigma realista de las relaciones internacionales, en contra de un modelo idealista de las mismas. Con ese manejo en esencia desprovisto de valores colectivos y cargado de intereses denominados “egoístas” (simplificadamente: realismo), por oposición a los “altruistas” (abreviadamente: idealismo), se están surtiendo determinados hechos, que coinciden en tiempo y espacio con algunas decisiones tomadas en Caracas.

Sobre esas decisiones puede estimarse que son no sólo lesivas a derechos de sujetos rebeldes dignos de un trato diverso en razón de su condición política y ética (me refiero abiertamente a los varios “subversivos” acusados de ser del ELN o de las FARC-EP,
entregados por Venezuela al gobierno de Santos en los últimos meses), sino también lesivas o desalentadoras de procesos políticos de encuentro para el diálogo, patrimonio al que se renuncia temporalmente, en nombre del realismo o del “pragmatismo
absolutamente equivocado” de “la razón de Estado”, como anotó Néstor Kohan3 sobre el caso de Pérez Becerra o como puede indicarse en el envío del cantautor insurgente Julián Conrado, frente al cual el propio presidente Chávez confirma dicha “razón de
Estado”. Una “razón” blindada que ataca “como deber” esas subjetividades de insurgentes, mediante denigrables transacciones con las que se les trata como mercancías o medios de cambio, invocando “razones de seguridad” (aparejadas a las “razones humanitarias” de la OTAN para lanzar bombas en Afganistán o en Libia), esgrimidas como “obligaciones de derecho”, con las cuales se convierten en sustentadores utilitarios de un derecho dual en su vertiente más retrógrada, de estirpe colonial: sostenedores en uno y otro caso de un supuesto Estado de Derecho internacional, bajo cuyo paraguas la ONU y OTAN matan y también bajo cuya férula se
revalidan órdenes de captura de la Interpol, como si en ellas se expresara la verdad suprema, contra refugiados políticos como Pérez Becerra, o contra opositores en armas como Julián Conrado.

El gobierno de Venezuela viola así no sólo lo que pudieran ser principios éticos revolucionarios sino imperativas garantías de protección, reconocidas en tratados de mayor categoría que los pactos de colaboración policial, garantías propias de una vertiente humanista ya de por sí aminoradas en ese derecho internacional que hoy Venezuela refrenda de manera esquizofrénica: colabora con la estrategia del Imperio mientras es agredida por decisiones de éste (véase el reciente caso de sanciones a PDVSA). Responde con un gesto de sometimiento – paradójicamente sin temple alguno
en la matriz realista de relaciones internacionales – al entregar a uno de los gobiernos satélites de USA dirigentes rebeldes que Washington desea como insignias de ejemplar lucha “anti-terrorista”.

No solemos ser ingenuos. Sabemos, a la luz de la experiencia y de la entidad del enemigo, que una Revolución como la de Venezuela no debe exponerse en nada, sino que debe respetarse, defenderse o resguardarse con enmienda de los errores y de las irresponsabilidades propias y de otros. Con previsión y cautela. Concientes que la contrarrevolución está con las botas puestas y que actúa en múltiples tableros. Repasamos por eso el frustrado golpe de Estado de 2002 contra el comandante y presidente Chávez. También hacemos memoria de dónde está y cómo Pedro Carmona (Colombia / en calidad de “perseguido político”, con los privilegios de protección que Venezuela acaba de negar a verdaderos perseguidos políticos). Y recordamos quién amparó a este empresario golpista (Juan Manuel Santos, entre varios representantes de la oligarquía colombiana). No olvidamos para saber.

Por eso conocemos que no debe dársele al enemigo pretextos adicionales a la batería que ya carga contra los principios éticos y políticos de la Izquierda a la que busca desarmar no de frente sino distorsionando las causas y demostraciones con las cuales la
derecha no razona. Pero tampoco podemos perder la cuenta de las veces que, incluso cambiando el rumbo en muchos proyectos de transformación, renunciando a ejercicios de vida, el Imperio ha asaltado y obligado a morder el polvo a quienes han desestimado
el poder de la reacción, posicionada así para continuar ganando, como lo está haciendo no sólo en Colombia sino de hecho en la región, gracias a la colaboración venezolana (una sección aparte merece el análisis de la profilaxis del gobierno golpista de Honduras, en la que han participado Santos y Chávez).

En la estrategia militar y política concertada de Colombia y USA, el comandante Chávez ha sido no sólo neutralizado inteligentemente sino vencido poco a poco, haciendo añicos su propias palabras. De enero de 2008, cuando pidió razonablemente que las FARC-EP y el ELN fueran consideradas fuerzas beligerantes4, se ha pasado a
incorporarlo a él en la posición diametralmente contraria. En contradicción con los valores de la revolución bolivariana, Washington y Bogotá le han asignado objetivamente a Venezuela estar no sólo en la tropa y como carcelero, sino entre quienes aíslan políticamente a una de las partes contendientes, para que un proceso de paz no sea posible. Expresó Santos el lunes 23 de mayo de 2011 sobre Chávez y su papel que “una de las condiciones fue que él dejara de hablar de la paz en Colombia”: “Lo ha cumplido al pie de la letra y fíjense cómo ha contribuido”5. ¿A cambio de qué?
Nosotros estamos cumpliendo con nuestra obligación y seguiremos haciéndolo y estoy seguro que de allá también… que no se permitirán conspiraciones contra Venezuela en territorio colombiano”, afirmó el presidente Chávez6.

Santiago Alba Rico escribe: “Lo que no nos parece aceptable como ética revolucionaria y se nos antoja contraproducente desde el punto de vista propagandístico es esta decisión: entre un dictador que no nos acaba de gustar del todo y un pueblo que no nos acaba de convencer del todo, acabamos eligiendo, imitando en esto a los imperialistas, al amigo dictador”.7 Santiago Alba no se refiere a Santos sino a Gadafi y a la decisión venezolana de apoyarle. Yo en este párrafo que copio de él, sí me refiero a Santos, y no cambiaría casi nada, nada sustancial, de las palabras usadas por Santiago Alba, para reflejar el mismo problema ético, pues hay más que un dilema o una disyuntiva. Y hay más de dos matrices. Si la justicia está de nuestra parte, la inteligencia también. Ni el realismo es de los poderosos capitalistas e imperialistas exclusivamente, ni para
ejercerlo hay que repudiarse del predicamento revolucionario; ni el idealismo de los de abajo es impotente, ni debe mendigar nada a cambio de un ápice de dignidad. Se pueden entretejer, tanto como se pueden y deben tramar transiciones, no para salvarnos, sino para salvarnos de la retirada.

Quien esto escribe intuye, desde una cómoda mesa, que es muy complejo enfrentar teórica y prácticamente ese realismo secuaz articulado por centros de poder mundial y por pretendidos hegemones regionales. Ese paradigma clásico de implacabilidad es el que les hace dominar mirándose en función del capital y su aseguramiento en todos los planos. Lo más preocupante es que sometidas ante ese espejo y emplazadas por una supuesta necesidad de alianzas tácticas, pueden confundirse y encorvarse las políticas internacionales de países de andadura insurrecta o progresista, que todavía se nos traslucen como ejemplo por sus líneas de vocación social y democrática. Lo que acontece por decisiones de Venezuela y también por similares desenlaces de Ecuador, respecto del gobierno colombiano liderado por Santos, abre un paréntesis de consternación. Tal decaimiento y opacidad despoja de una certeza de compañía. Hacen daño. Aturden. Hunden en el fango.

Para salir de ahí, debe recobrarse un espíritu de utopía desnuda; de idealismo como munición y pulso de una realista responsabilidad moral de las fuerzas con las que se cuente; de coraje ante la incertidumbre y de lucha frente a la desesperanza. De auténtica
resistencia en estos tiempos de mercado y pavoroso receso.

2. Ser coherentemente antiimperialistas para ser racionalmente
justos. El Che como referente.

Se precisa en consecuencia despejarnos de lo artificioso. Por eso no citaré preferentemente un marcapasos que pueda desagregarse sino un corazón íntegro. Un ser humano revolucionario único y universal, que escribió con su sangre el oficio de ser capaces de sentir en lo más hondo lo injusto, de indignarse ante cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Nos ayudará en los criterios de construcción de lo correcto.

Ni fue entonces ni puede parecer ahora una vana formulación la que aparecía en la carta del Che Guevara a sus hijos. Es un complejo y fundamental mensaje que no sólo se aprende, en el sentido de la consigna entendida, sino un enunciado al que nos aprehendemos, en tanto nos podemos aferrar a él, como quien se sujeta a un armazón moral para no caer, hoy apuntalado incluso por buenos y escasos libros que nos llaman a la indignación, como el de Stéphane Hessel.

Nos ayuda el Che. Más cuando a la relatividad y debilidad de las palabras mismas empleadas en el mensaje traducible al “amarnos los unos a los otros” (común en el discurso y en la divagación de diversas reglas y tradiciones culturales, religiosas o no), se sobrepone y nos orienta el ejemplo histórico de quien hizo de esa afirmación no sólo una sencilla frase que interpela hoy en la mecánica mental, sino que encarnó con ella una auténtica tensión ética que nos emplaza siempre y en todo lugar, sin límite ni el tiempo ni en el espacio, en nuestra convulsión espiritual. Por esa razón Che Guevara no es una marca o imagen estampada, sino una fuente viva de humanidad en la dignidad misma de sentir lo injusto para obrar hacia la justicia.

Algunos ejercicios de oposición al orden global dominante se inspiran en ese sentimiento general, como rutinas de subjetividades sensibles que irradian intermitentey escasamente ámbitos colectivos de algún áurea notable – no me refiero en general al tipo Ongs ni a redes de moda contestataria, que son mucho menos que eso -, pero que son reacciones que, cuando mucho, llegan a estremecimientos que no encuadran y contrastan suficientemente esa lección de la “indignación por la injusticia” con ese otro deber sagrado, definido en el quehacer que el propio Comandante Che Guevara trazó: “luchar contra el imperialismo donde quiera que esté” (Carta de despedida a Fidel).

Evocación volcada como urgencia, tanto a hechos como a palabras que no se olvidan y que nos conminan, que cualquiera que se afirme anti-imperialista y revolucionario debería recordar: “no podemos negar nuestra simpatía hacia los pueblos que luchan por su liberación, y debemos cumplir con la obligación de nuestro gobierno y nuestro pueblo, de expresar contundentemente al mundo, que apoyamos moralmente y nos solidarizamos con los pueblos que luchan en cualquier parte del mundo, para hacer realidad los derechos de soberanía plena proclamados en la Carta de las Naciones Unidas”8. Refiriéndose a la contrainsurgencia contra los campesinos y rebeldes colombianos en los años sesenta, en esa misma exposición Che Guevara mencionó la formación en ese entonces de “la internacional del crimen” encabezada por el gobierno estadounidense.

Lo que quiero expresar con esta verdadera invocación, es lo que sintetiza un problema no sólo teórico sino de fuerza material inmediata y mediata, de impacto práctico por acción u omisión. Se refiere a una cuestión universal ampliamente extendida en diversidad de culturas y procesos de creación y de organización humana social, económica y política, que atraviesa nuestra propia constitución antropológica y por lo tanto diferentes grandes épocas, de la que ningún ser o colectivo deja de ser heredero: la
rebelión. Para que ésta sea, no sólo como criterios formadores del concepto sino articuladores de su potencial, concurren en esencia esos dos elementos. De un lado el sentimiento de indignación por la injusticia (sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo), homologada como causa subjetiva o móvil altruista, y complementariamente siempre, el segundo elemento: la lucha y ataque – siempre defensivo – contra las instituciones y bases de esa injusticia estructurada como lógica dominante. Es decir, en la actualización al menos del último medio siglo (y podríamos por supuesto ir más atrás): la lucha contra el Imperialismo o el Imperio, como orden o sistema que engloba la mayor composición y descomposición del capitalismo. Esto se homologa como factor objetivo que explica contra qué se dirige o debe dirigirse el mencionado sentimiento altruista, de indignación. Esto es lo que configura en derecho penal, en lo fundamental, el llamado delito político.

Pese a la universalidad de confluencia y a la consistencia humanista de este pensamiento liberal-social-emancipador y su adopción incluso en códigos penales, para sancionar al infractor político que atenta contra esas instituciones o leyes de
dominación, movido o justificado por ese sentimiento de indignación por lo oprobioso, es un concepto que, si bien tuvo y tiene cierta vigencia, resulta fieramente combatido por el imperialismo, siendo reducido a su mínima o residual expresión, estando en clara inferioridad, porque precisamente le resulta peligroso admitir a quien domina que existen alteridades rebeldes, seres humanos que se indignan por la opresión y que más allá de quedarse cargados psicológica y emotivamente con tal indignación, deciden, contra todas las previsiones de fracaso y etiquetas de eficacia, alzarse contra ese orden injusto y sus leyes.

Estos atributos dan cuenta de nuestro arsenal como Izquierda contra el negacionismo que enarbola el neofascismo ascendente, que pretende negar de raíz las causas de la rebelión y sus propuestas. No es ni caprichosa ni pueril, ni espontánea ni irracional, y no es sólo personal, la afloración de la rabia profunda que es legítima por el fuego exterior que le antecede y la moldea. La opresión en sus diversas formas explica por lo general de manera diáfana los modos y relatos de la rebelión. Desde el movimiento guerrillero en Colombia a la resistencia armada en Palestina. Desde los contornos de la noviolencia de Martin Luther King hasta la actual injusta prisión de Mumia Abu-Jamal en una cárcel de los Estados Unidos, junto a los Cinco Héroes cubanos y muchos otros
presos políticos. Y también la opresión explica, por lo mismo, los instrumentos de represión y terror a los que acude para disuadir o castigar a seres indignados cuando la rebeldía crece en la dimensión de sus actos.

(Me detengo un momento, miro en Internet un par de vídeos de canciones de Julián Conrado. Al mismo tiempo que no creo en la inmunidad ni inexorabilidad de nadie de la insurgencia, ni idealizo nada; al mismo tiempo que repaso todas las estelas de demonización construidas por décadas contra la guerrilla colombiana, y analizo los errores de ésta, que creo conocer bien; al mismo tiempo (me) pregunto por la autoridad moral de quien les juzga, de quien les llama “terroristas” y vuelve impávido a su silla).

Frente a esa “internacional del crimen” que denunciaba Che Guevara, hay otra Internacional en ciernes, agitada en múltiples puntos del planeta, no sólo por gente de la calle y del barrio, de la comarca y el poblado, sino también por gobiernos, como los de
inspiración bolivariana, que, sin duda, ya lo hemos dicho, no deben ser expuestos por terceros, ni exponerse a ser cómplices de esa internacional del crimen y de su falsa o doble moral. Ésta, la moral, como la utopía, no son pataletas infantiles. Muchas metáforas se me ocurren. Podría decir que ambas están, más bien, entre el grito de la mujer que pare y el primer llanto del ser nacido. Uno y otro humanos, lejos del cálculo pragmático de pactos de silencio, de desembolso con personas-mercancías y de la plástica de los negocios. Por eso Che fue un genuino revolucionario internacionalista, que dejó Argentina, combatió en Cuba, luchó en África y fue asesinado en Bolivia. Su entrega no fue nunca en ningún acto colonización de nada. Frente al imperialismo y la
injusticia fue combatiente. Frente a las rebeliones de los pueblos y sus derechos, fue compañero.

Esto acabado de esbozar, tiene un sentido inocultable: preguntar. No por las razones de realismo, pragmáticas y de conveniencia coyuntural, sino interrogar sobre la presunta ética de decisiones que nos obligan en la Izquierda a aceptar pactos sinuosos, como los
que dan lugar a la entrega de rebeldes colombianos a un Estado que ha ejecutado un genocidio. No podemos quebrar dos pilares y no sentirnos aludidos por el techo que se nos cae encima o por el hundimiento de un cuerpo que se ha traicionado. Uno es el pilar
de la justicia, que no es la juridicidad per se, pues podemos cumplir impecablemente reglas de tratados miserables y estar incurriendo en decadencias, amasando ruinas políticas. El otro cimiento es la lucha anti-imperialista. Estados Unidos podrá recibir, pasando por Colombia, rebeldes que Venezuela captura servilmente para beneplácito de Washington. ¿Si es así, podemos y debemos creer con la misma fuerza e ilusión crítica en la Revolución Bolivariana?

Quebrantados esos principios, vuelve la pregunta tozuda sobre la condición de los rebeldes, de los proyectos de resistencia o revolucionarios, institucionales o no, que les da, más que el nombre, la designación de su presencia en la vida material y moral como límites a la opresión. El nombre, que podríamos pensar como esencial, no lo es más que las obras; no lo es más que la lucha efectiva, en tanto conflicto y tensión con lo que esclaviza y mata. Aún así el bautismo nominal sí es fecundo. Asumirse como rebeldes
compromete. Llamarnos bolivarianos no es trivial.

Tampoco es trivial investirnos como “indignados” en nombre de la ética de lo público y la defensa de la humanidad, que en nombre de la normalización de la rapiña expresada por las empresas españolas que saquean Latinoamérica. Hay mayor justicia basada en la indignación, si es construida como dignidad primera y última a la que no se renuncia, ante el imperialismo y sus fenómenos globales sucedáneos, que lo ensamblan hoy y lo actualizan: neoliberalismo, militarismo, fascismo, privatización, corrupción,
negacionismo, nihilismo, impunidad. Por eso la indignación expresada en Madrid contra la crisis económica y los políticos corruptos del Partido Popular o contra el gobierno artero y neoliberal de Zapatero, esa manifestación de ciudadanía básica que altera cánones contestatarios, se desprende como fuente primigenia de una rebelión no sólo moral sino histórica, en la medida que repudia esas monstruosidades y sus consecuencias.

Se inscribe probablemente el 15-M en ese espíritu, y debe todavía más seguirse alistando y definiendo en ese sentido, como llamado por otra globalización, es decir no sólo propugnando por democracia plena en el ámbito español en materia de capacidades políticas, sino emplazando e interrumpiendo la lógica del mercado del globalismo neoliberal y sus defensas, es decir anti-imperialista en su rumbo, aunque se entienda que no toda la casuística de la injusticia social por la que podemos indignarnos en el mundo
procede directamente o quepa comprender desde esa conocida ordenación del poder capitalista. En otras palabras: la mayor indignación posible que busque mover hacia la transformación del mundo en 2011 y los años por venir, debe obligadamente recusar el
orden del capitalismo y su funcionamiento en las reglas del Imperialismo o del Imperio, como anotaría Negri. De esa lucha se producirán las más radicales condiciones para la dignidad común que tal indignación reclama como ética del bien colectivo o social. Es decir, deberá ser consecuentemente de Izquierda. O sea también concluyentemente internacionalista.

No se trata de una ecuación simple. De hecho no se trata de una ecuación, ni de ningún enunciado que ofrezca simplicidad. Pero los dos derroteros que Che Guevara afirmó como testigo y obrero de una causa histórica enclavada en la más alta dimensión humana, sintetizan lo que está hoy en el núcleo del debate de experiencias de elaboración de la indignación como un derecho formulado a contracorriente y en éxodo, como lo atestigua el movimiento 15-M en ciudades del Estado español, o las revueltas árabes, y como lo dejan de atestiguar o lo declaran con rubor y con titubeo alteridades
rebeldes que nos dejan desconcertados, aunque no del todo desesperanzados de su aporte y posibilidades de rectificación, como esperamos sea el caso del gobierno venezolano.

Por eso cuesta llamar rebeldes o alteridades rebeldes a los que libran batallas contra Gadafi – por supuesto de este autócrata ya ni se piensa seriamente esa categoría de honor -. Esos “insurrectos”, devenidos en legionarios, con el paso de las semanas no sólo están mecidos en la cuna de los grandes medios de comunicación occidentales, sino que la UE y USA se elevan ante ellos como tutores que, aparte de criminales operaciones militares con la OTAN, realizan operaciones financieras para pagarles un sueldo. Cuesta llamar del mismo modo rebeldes a quienes hipotecan un patrimonio moral forjado con mucha lucha, no sólo dejando en paréntesis y en letra pequeña el deber de la justicia, de la indignación por lo injusto, sino también el deber de no ceder y
combatir contra el imperialismo donde quiera que esté (Che).

3. La rebelión y otras palabras hurtadas del diccionario de la
esperanza al de la opresión.

Las revueltas del 2011 en diversas partes del planeta, mucho más que otras rebeldías distorsionadas en el pasado reciente, y mucho más que las rebeliones cuyas coordenadas nos robaron hace tiempo en el registro de una historia de violencias, están, esas
revueltas, sobre todo las de los países árabes, en dos diccionarios. En el de la opresión y en el de la esperanza.

Julio Cortázar nos dejó hace tiempo en Madrid, hace 30 años (marzo de 1981), una lección de lucidez, recordando cómo hay palabras que se nos cansan, que se emponzoñan, que nos son robadas, por quienes las mancillan.“Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse… Digo: “libertad”, digo: “democracia”, y de pronto siento que he dicho esas palabras sin haberme planteado una vez más su sentido más hondo, su mensaje más agudo, y siento también que muchos de los que las escuchan las están recibiendo a su vez como algo que amenaza convertirse en un estereotipo, en un clisé sobre el cual todo el mundo está de acuerdo porque ésa es la naturaleza misma del clisé y del estereotipo: anteponer un lugar común a una vivencia, una convención a una reflexión, una piedra opaca a un pájaro vivo (…) Seguimos dejando que esas palabras que transmiten nuestras consignas, nuestras opciones y nuestras conductas, se desgasten y se fatiguen a fuerza de repetirse dentro de moldes avejentados, de retóricas que inflaman la pasión y la buena voluntad pero que no incitan a la reflexión creadora, al avance en profundidad de la inteligencia, a las tomas de posición que signifiquen un verdadero paso adelante en la búsqueda de
nuestro futuro. Todo esto sería acaso menos grave si frente a nosotros no estuvieran aquellos que, tanto en el plano del idioma como en el de los hechos, intentan todo lo posible para imponernos una concepción de vida, del Estado, de la sociedad y del individuo basado en el desprecio elitista, en la discriminación por razones raciales y económicas, en la conquista de un poder omnímodo por todos los medios a su alcance, desde la destrucción física de pueblos enteros hasta el sojuzgamiento de aquellos grupos humanos que ellos destinan a la explotación económica y a la alienación individual
”9.

Algunos han llamado generosamente revolución a lo que se vive desde hace cinco meses en parte de aquella región del mundo. Esta vetada palabra de la utopía sigue en el diccionario de la esperanza. Como otros términos que quizá sean más apropiados por su
temporalidad y contingencia, para señalar tal marea humana, tal grito de multitud, de sujeto social, de pueblo que se produce sólo en la lucha: rebelión, revuelta, rebeldía. Como exploraciones o tanteos de la liberación que todavía no florece pero que está en curso.

Lo que ocurrió en Egipto, lo que con menos opacidad sucedió en Túnez, lo que puede todavía acontecer en otros países árabes del lado de los espejismos y las realidades de la emancipación, corresponde a movimientos y explosiones sociales sembradas por
injusticias. Enseña no sólo el espesor de muchedumbres sino la altura de una agitación que mueve a ser límites congregados para cambiar lo que somos. En pie de exigencia colectiva que tiene efectos. Acontecimientos que bien nos hacen recordar al Viejo Topo
de la Historia, como diría Daniel Bensaïd. Pero esos mismos procesos nos enseñan, como toda apertura construida desde abajo, en inferioridad relativa, que también sus giros pueden servir arriba, a la ventajosa cultura de la desesperanza que está incubada en el Occidente capitalista, cuando pretende depredar o aprovecharse ahora de las revueltas, para colonizarlas, para controlar las transiciones, como ya lo está haciendo, asegurando que no se desborden hacia democracias reales y radicales, sino que los
cambios pueden ser domados, reducidos y debidamente administrados para que no cambie casi nada. Sólo el maquillaje.

Por eso, si hay un primer concepto que debe destacarse, antes que otros, por su fuerza implícita y transversal en estos meses, y con previsión a varios años, de oficios diplomáticos, mediáticos, políticos y militares, es el de regulación: asistimos en diversos teatros a la recomposición del orden global de las crisis, que se expresa en la nueva ola de neoliberalismo planetario (que sigue cortando la rama del árbol en que está sentada la humanidad entera), y en los cambios políticos reglados, instituidos, en un
período y reparto geopolítico de una especie de nuevas guerras preventivas, en las que USA y Europa con la OTAN acuden a matemáticos ejercicios de fuerza bélica que no dejan de ser brutales por inteligentes, ni criminales por “legales”, o a la advertencia de su uso con el amparo siniestro de la ONU (con participación y presidencia temporal de Colombia en el Consejo de Seguridad en los momentos álgidos de esas decisiones de
bombardeos contra Libia, que vemos por televisión mientras desayunamos). Lo verificamos así mismo en las sucesivas maniobras de embargo político, que buscan organizar funcionalmente los efectos del descontento, a veces inducido, moderándolo y esterilizando.

Las crisis que vivimos hace años se expresan también en problemas de ajuste político y social para administrarlas, localizados en regímenes que al estar desgastados suelen ver
alteradas sus formas. Las soluciones aparentes a las crisis se expresan a su vez en márgenes desde esa regulación, o sea desde su propia razón, para obligadamente consentir, cuando ya no hay más remedio, que parte activa de esos pueblos se congregue y levante, como ha pasado, y exija con “moderación”, sin violencia, en algunos casos, o “por las armas”, como en Libia, el retiro del gobierno de veteranos autócratas. De Gadafi, por ejemplo, aliado hasta hace unos meses de quienes ahora fungen como valedores de los derechos humanos y de la protección de la población civil. Por eso hablan de la necesidad probada de violaciones que hay que detener. Occidente acepta así y reconduce lo que no promovió a tiempo; lo que le halló como causante de esa rabia legítima y que ahora logra presentar como “su causa”, pero con el cuidado de que el viento no se convierta en la gran y perfecta tempestad.

“Tormenta perfecta” dijo Hillary Clinton hace unos meses, cuando advirtió cómo se estaba gestando en el mundo árabe una peligrosa combinación de inconformidad, alimentada por contradicciones, factores y amenazas de diverso tipo a la seguridad hegemónica, es decir que rompen el cálculo, al derivar acaso en pérdida de algún poder real de Occidente. Las palabras cínicas de su diccionario componen un mensaje en ejecución: la transición a ninguna parte tiene lugar, negociando y cediendo, para que en el fondo los históricos desequilibrios de poder no cambien. Tal sentencia fue dictada por un hombre inteligente e importante del Imperio. Barack Obama en su discurso (el 18 de mayo de 2011, por ejemplo) se pone al lado de los sufrientes, mientras se acelera la cooptación para domesticarlos: “Tenemos la oportunidad de demostrar que los valores norteamericanos están más cerca del vendedor ambulante de Túnez (en referencia a Mohamed Bouazizi, quien se inmoló para desencadenar las protestas) que del poder descarnado de los dictadores”. Días después el G-8 en Francia confirmaría la estrategia consistente en ir poniendo bajo control político y económico, y ya en algún grado militar, de las maneras que sea posible en cada etapa, aquellas parcelas de insumisión para asegurar su declive, su vuelta a la normalidad.

De nuevo Cortázar (1981): “Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manejo de servirse de los mismos conceptos que estamos utilizando aquí esta noche para alterar y viciar su sentido más profundo y proponerlos como consignas de su ideología… puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en términos tales como
individuo, como justicia social, como derechos humanos, según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo (…) Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que poco a poco los intereses de una burguesía egoísta y despiadada empezaba a recuperarlas para sus propios fines, que eran y son el engaño, el lavado de cerebros ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas democracias como lo estamos viendo en la mayoría de los países industrializados que continúan decididos a imponer su ley y sus métodos a la totalidad del planeta…
”.

No basta la evidencia de la inteligencia y desfachatez de Obama, Nobel de la Paz, en la promoción de otra de las guerras de su mandato. Es importante fijarnos en la mayor disección que el énfasis y la operación de esta coyuntura en algunos países árabes
desenmascara para más adelante, reactualizando una vieja historia que está hoy muy viva y que será inapelable en los próximos tiempos. Tiene que ver con lucha armada de los de abajo. Tan sencillo es el enunciado que nos parece inconcluso o inverosímil.

Nos vienen otra vez a decir: “rebeliones”, “las justas”. Es decir “las adecuadas”: las que en su concepto son “justicieras” y las que son apenas “precisas”. En número, razón y arquetipo. Rebeliones de diseño frente a rebeliones auténticas: las del grito desesperado y esperanzador de alteridades rebeldes. Promueven entonces revueltas que no huyan hacia delante, sino que se puedan controlar una vez desatadas. Donde la “transición pacífica”, posible naturalmente en el diccionario de las luchas de liberación, como un
medio verdadero, sea registrada en el otro diccionario, el de la opresión, pero como un fin en sí mismo. Un fin aparente, pues su objetivo último no será la lucha por mayor vida plena o felicidad del ser humano y su habitar en el planeta, sino asegurar la
concentración de riqueza en pocas manos. Debemos en consecuencia discernir, pues no es lo mismo la rebelión en una y otra narración.

La clave de resolución está en las razones de legitimación o no de la fuerza. Por lo tanto en la desvergüenza de quienes condenan la violencia rebelde y aplauden la propia. Está por ello transcrita esa clave en lo que el presidente español, Rodríguez Zapatero, al igual
que otros mandatarios de otras provincias imperiales, opinó sobre el tema: esas revueltas deben ser “pacíficas” “como la transición española”. Para que esos pueblos tengan “lo que nosotros poseemos”: la “democracia”. Esto se dijo justo cuando este país
monárquico acababa de vender armas a Libia10, cuando Gadafi las usaba también contra civiles, entre ellas las bombas racimo exportadas por España, y cuando esta puerta de Europa daba su visto bueno a la criminal operación militar de la OTAN en Libia,
participando de la prospección del post-conflicto con el negocio de la “reconstrucción”.

España es por eso simbólica. Cuando la mayoría de sus políticos y gran parte de la sociedad rechazan fanáticamente la violencia que no les representa, promoviendo al exterior condiciones de miseria y represión que la han producido y la producirán todavía más, al interior se ufanan de una democracia vaciada y corrupta, con la certidumbre de contar con los mecanismos que podrán hacer viable la cooptación de los movimientos de protesta y ruptura, o la compra de sus dirigentes. En ello ha estado la socialdemocracia históricamente, dando seguridad de ese modo a un proyecto
conservador. Temen por eso apenas un poco a lo no dirigido visto de lejos: a lo no tutelado y a lo no enviado. Se alarmaron un poco por lo que sucedía en algunos países como Túnez, con parte importante del pueblo en rebeldía, en las calles, no como las
acostumbradas muchedumbres de consumidores en aglomeraciones a las puertas de almacenes los días de rebajas, no como sumisos dispuestos a tolerar retrocesos en el bienestar social firmados por representantes sindicales que consienten así la pérdidas de derechos. Y luego se asustaron otro poco, pero volvieron a la placidez, cuando el desvanecido y fantasmal 15-M, que apareció tras una larga sequía, sembró un poco también la palabra revolución, que fue diluida por años hasta perderse como vocablo, antiguo y exótico para muchos. Restituida en plazas e imaginarios que son potenciales canteras de las quimeras que hacen la otra historia, lograron inquietar no sólo a los comerciantes de la Puerta del Sol en Madrid.

Ese testimonio del 15-M que no sabemos dónde va a acabar en sus mutaciones, y que deseamos cuente con poder para radicalizarse y organizarse no sabemos cómo, ya ha producido una huella importante, cuyo alrededor, por oposición, es la mecánica de
prepotencia e indiferencia que ocultan una pertinaz impotencia o ineptitud de sentir, de conmoverse, de indignarse. Millones de personas, masas con sus inmensas (in)capacidades, renuevan la enajenación o alienación que el sistema de mercado neoliberal crea, necesita y canaliza, junto a compatibles engranajes de la
socialdemocracia sin solución de continuidad – o sea sin interrupción – con modulaciones del neofascismo, que se expresa en las reglas de segregación que implanta el mercado como nuevo credo, junto a las patologías de otras religiones, la industria mediática y las cadenas de la caridad-cooperación, que educan las fibras, posibilidades, maneras, fórmulas y rutinas de rechazo compasivo de algunas injusticias.
Eso es lo que se pretende “por nosotros” que sea ejemplar. Una lección a exportar para pueblos sufrientes más que nosotros; que son capaces más que nosotros de indignarse más allá del fetichismo de la indignación que tan banalmente hemos ya incorporado al marketing político, lejos de una básica democracia social y económica, y muy lejos de los necesarios procesos de transformación global post-capitalista, que son los únicos que podrán hacer que la indignación valga la pena como construcción de la dignidad colectiva.

En esa migración creativa de una Izquierda que puede reconfigurar opciones, que ya supera y ridiculiza los silencios todavía escabrosos que guarda parte de la autodenominada intelectualidad progresista de Occidente, con voces que banalizan la indignación al querer compartirla con su vanidad y responsabilidad en los estragos del poder, de lo cual tenemos cercana muestra en lo que dan de sí las palabras y los hechos de personajes como Baltasar Garzón al hablar de la violada dignidad de todos, por años
menospreciada gravemente por él y otros, en ese horizonte que se nos abre, las tesis de lucha revolucionaria de nuevo tienen que ver claramente con las posibilidades de las rebeliones en tanto supongan contradicción con la lógica fundamental que enmarca las mayores opresiones, y no mera reforma de un sistema genocida y ecocida. Sin que la pregunta previa para dialogar con las alteridades rebeldes, muchas en práctica derrota, sea si son armadas o no. En un mundo de violencias, ser pacifistas no debe ser de ningún modo un requisito ni para el respeto ni para el razonamiento entre las fuerzas de Izquierda. La pregunta que debe nacer con el diálogo es otra: qué injusticias están en la base de ese sufrimiento que lleva a mujeres y a hombres a decir ¡ya basta!, ¡no más!

Por esa razón, la Izquierda que representa un gobierno como el de Venezuela, y la nueva Izquierda que ha plantado espacios de indignación y dignidad en una primavera en Madrid y otras ciudades españolas y europeas, y con ellas las otras manifestaciones de combate y creación por un mundo transformado, deben saber mirar, es decir mirarse, con respeto, con reconocimiento de los puentes posibles, para lo cual debemos ser capaces de ser otras y otros. Dispuestos a estar en la piel de quien es nosotras. Dispuestas a estar en la piel de quien es nosotros.

4. Ellos-ellas se rebelan, por consiguiente existimos.

Descartes, lo sabemos, decía: “pienso, luego existo”. Camus continuaba siglos después: “me rebelo, luego existimos”. Nos lo recuerda el maestro Franz Hinkelammert. Ahora nos ha tocado a nosotros/as, en 2011, sin evasión posible: “ellos/as se rebelan, en
consecuencia existimos
”.

Se rebelan bellos lunares y no sólo masas-lugares de un organismo complejo. Se rebelan ellas y ellos como átomos, como briznas, diríamos poéticamente, que no tienen primero más poder que el grito y la palabra que fluye y que se entorpece sencillamente; las y los que cuentan también con el volumen de su cuerpo, para ocupar una plaza ilegítimamente invadida por el despotismo o la indiferencia. Se rebelan en algunos países árabes, se rebelan en Madrid, se rebelan en Colombia, se rebelan en el Sahara y Palestina. En México. En Chile. En un caliente globo goteado. Son alteridades rebeldes de conciencia artesanal o no, que demandan democracia y justicia social, con más o con menos articulación política o sin mayor o ninguna cavilación ideológica. Se rebelan para que existamos todos y todas dignamente. Se rebelan como límites a la opresión. No son por lo tanto correas de transmisión de injusticias, aunque no son infalibles. Esa, la rebeldía que no busca ir al capitalismo ni a ningún otro orden señorial, la rebeldía por comer sin quitar a otros el pan, es la diferencia entre las africanas y africanos que intentaron las silenciadas revueltas del hambre en 2007 y 2008, y la cartesiana bloguera cubana Yoani Sánchez o los otros mercenarios que cuidan o combaten autócratas en Oriente Próximo asegurando la acumulación de riqueza11, por poner sólo dos ejemplos de lo que no debe ser considerado alteridad rebelde.

Aunque atrás expresé la necesidad de sobrepasar el problema de la simple designación o fijación nominal, ratifico que sí es inevitable distinguir, demarcar, clarificar. No hacerlo es quedar atrapado en al expansión ignominiosa que el sistema sabe sortear muy bien desde hace siglos, poniéndonos a jugar con sus dados. Haciendo que la servidumbre, de la voluntaria a la que se refirió Etiénne de La Boétie, a la de la sumisión liberal de que trata Jean-Léon Beauvois, lo tiránico y anti-social, el capitalismo y su restauración como destino, se confunda y tergiverse con lo que sí guarda un potencial emancipatorio en las vertientes de sus reconstrucciones y nuevos itinerarios.

De esa especie, de lo eficazmente simulador, saben quienes han buscado por ejemplo que un paramilitar sea tratado como delincuente político, y que un rebelde sea tratado como terrorista. Colombia ha sido laboratorio de esa inversión y de esa falsa simetría, reproducida de algún modo ahora, cuando Venezuela pone con pragmatismo y sin miramientos en el mismo listón a insurgentes que entrega a cambio de narcotraficantes (ver el caso de Walid Makled). Por eso dudamos de si entre Uribe y Chávez el vencedor es este último, el presidente bolivariano de Venezuela, quien ha terminado – contra su propia figura revolucionaria – cediendo a la operación ideológica del fascismo y el imperialismo, resultado que hace años hubiera sido impensable. Porque sí todavía el comandante Chávez considera rebeldes a los miembros de la insurgencia colombiana ¿por qué los entrega como “terroristas”? Hay otras soluciones, no definitivas, pero sí otras puertas, que no son las de las celdas de un Estado terrorista, sino las de una suerte
de concordancias éticas, históricas y políticas para el diálogo sobre las opciones de la Izquierda.

Por esa razón, cuando ellos/as se rebelan, en Túnez o en Palestina, nosotros/as existimos. Cuando ellos/as resisten, nos emplazan, nos interpelan, nos obligan. No a callar, no a dejar de preguntarles por su lucha, por sus medios, por sus fines, por sus prácticas y sus relatos, por sus errores y sus rectificaciones, por sus desvaríos y sus razones. Ellos/as se rebelan y nos revelan. Como deudores, por lo ya hecho y dejado de hacer, y también como posibles compañeros y compañeras de viaje. Si fuésemos capaces de comenzar a romper en algo esas ataduras perversas impuestas y aprobadas, que nos hacen mandar a cárceles a rebeldes, como lo ha hecho con incoherencia el gobierno de Venezuela, esas mismas ataduras que nos hacen despreciar a otros-as que han bregado a su manera contra un sistema de muerte; si fuésemos más nosotros/as
mismos/as y menos la inevitable convivencia con una derecha siniestra; si fuésemos más la emoción del ideal y menos el hombre mediocre12 moldeado por un entorno hipócrita, estaríamos en posibilidades de dar-nos aliento responsablemente, desde Túnez
hasta España, desde Honduras hasta Bogotá, en la descolonización de nuestras rebeliones, que aunque están forjándose en el planeta desde años y décadas atrás, deben batallar más juntas que nunca, para lograr ser semillas del socialismo y límites de humanidad ante la depredación global capitalista y sus reformas o regulación.

Si bien muchos de los elementos que han caracterizado las revueltas actuales, en 2011, no se refieren a la lucha por el socialismo, que es lo que define ser de Izquierda, sí existen enunciados fundamentales en ellas que no excluyen sino que incorporan y dinamizan la masa crítica acumulada desde las tradiciones y los quiebres de la Izquierda para la construcción de la democracia, aún tributando a los códigos del liberalismo y a sus tipos de representación, pero tramando o surtiendo, con derecho, las transiciones o los éxodos hacia la producción de relaciones superiores, de emancipación, de igualdad, de fraternidad, de libertad, de justicia.

Hacer en ese contexto una exhortación al reconocimiento de los seres humanos rebeldes; de las mujeres y hombres, de los pueblos y colectivos resistentes; de las alteridades no dóciles sino de quienes se han indignado antes que nosotros-as en otros lugares; que se han rebelado no desde este año sino desde tiempo atrás; de quienes vienen luchando en peores condiciones que las nuestras por un mundo mejor para todas y todos; hacer esa exhortación en búsqueda de las otras alteridades rebeldes, el principio de similia similibus aplicado como encuentro con el semejante para desembrozar el camino, es transitarlo pese a estar minado y sucio por las cuestiones prohibidas, como la referidas a la necesaria interposición material, no violenta o con alguna escala de coacción, léase sabotaje, por ejemplo, a las lógicas de funcionamiento del capital, de su seguridad y de su espectáculo. Por eso tiene sentido tomar/recuperar una plaza, una fábrica, interferir con actividades económicas de agiotistas, impedir los desalojos, bloquear la rutina de la banca o irrumpir en las sesiones y en la marcha de una
normalización perversa de instituciones donde se deciden planes anti-sociales. El sistema ha propagado para su mantenimiento las instrucciones de cierres epistemológicos, éticos y políticos, que se sintetizan en no preguntar qué acontece y por qué se lucha, incluso también violentamente, contra un orden de violencia institucional,
estructural y sistémica.

En consecuencia, hacer la pregunta hoy por la rebelión, es hacer la pregunta no sólo por la historia del otro o de la otra, por los límites a la opresión que la otredad expresa; es hacer la pregunta por nosotros, por el ecosistema donde está inscrita nuestra próxima,
familiar, cercana, propia, local y distinguida rebelión, que creemos aséptica o no contaminada de coerciones. No hacerla nos lleva a creernos los referentes, los únicos y el universo, la singularidad elegida, es decir a imbuirnos del mesianismo que hemos rechazado. Y tomar de acuerdo a ese pensamiento las decisiones correspondientes: desdeñando, incomunicando, entregando, minimizando al otro rebelde, a la otra rebelde.

5. Las revueltas colonizadas y una geopolítica de las alteridades
rebeldes.

Ante lo que parecen hechos de rebelión ya controlados en el Magreb o ante el intento de ser colonizados exitosamente por las potencias de Occidente que acuden a la vieja combinación o armonización de medios políticos, económicos, mediáticos, militares y diplomáticos, nos queda pensar y actuar sobre las comunes tareas sin postergar ni marginar las obvias diferencias que hay entre una situación como la de Túnez o Egipto, la que se vive en el caso libio con la acción criminal de la OTAN, que ya ha dejado centenares de civiles víctimas del “fuego amigo”, o la que se vive en otras regiones del mundo, como América Latina, y particularmente en Colombia, donde también se lucha de diversos modos como expresión de ese derecho y obligación que es la rebelión ante la injusticia.

Pensar y actuar transformando el mundo – es lo que pretendo debatir – no puede hacerse equiparando a los rebeldes con quienes no lo son, diluyendo así en la negación y en el negacionismo las luchas e identidades de quienes son sufrientes por una lógica de
opresión que sí nos reestablece la equiparación posible entre quienes sojuzgan a los pueblos de diferentes maneras y en contextos disímiles. Por eso nos desconcierta el apoyo a Gadafi y a Santos dado por un gobierno revolucionario como el de Venezuela;
por eso nos duele que las rabias legítimas que pudieron y pueden todavía producir cambios importantes en sociedades hartas de indolencia, dominadas por autócratas que se han enriquecido con sus familias, esas rebeliones como las de Túnez, que sacuden al
mundo de sus normalidades suicidas, no se hayan sabido no sólo distinguir sino acompañar, al menos guardando prudente distancia de personajes como Santos que continúa una política neoliberal y guerrerista, o de esos sátrapas en Oriente Próximo y África, que traicionaron aspiraciones de descolonización, autodeterminación e
independencia, como es el caso de gran parte del concierto árabe.

La Izquierda debe recobrar una retrospectiva para ganar perspectiva. Un ejemplo para la recomposición de un accionar político alternativo, nos lo proporciona T. E. Lawrence, el del mito de Lawrence de Arabia, un texto suyo no sólo pertinente sino alentador, el libro “Guerrilla”13, que nos remueve como una ráfaga de viento en esta creciente tempestad que es el mundo tras los vientos sembrados por la felonía capitalista. Como sabemos, él
se refiere a la guerra irregular, basado en su participación en la experiencia de las revueltas árabes contra los turcos entre 1916 y 1918, las cuales estuvieron promovidas también con dirección imperial, y colonizadas por las necesidades y negociaciones de la
metrópoli, para ser usadas y destruidas, dando lugar a formas de despotismo de elites corruptas instaladas en la misma lógica de la vieja Europa, que en el Siglo XX transfirió y otorgó en general patente de corso a esas castas no aborrecibles sino socias, al frente de países proveedores de recursos claves como el petróleo. Una región en la que los nuevos núcleos imperiales lograron luego derrumbar aspiraciones de integración, como el Panarabismo relativamente las recogió fuera del marco estricto del dominio
occidental, quedando en el regazo de los intereses de USA.

De esa comprobación de casi un siglo que se halla en las páginas de Lawrence, o del pasado más reciente de tutelaje estadounidense, debe ya obtenerse una lección, pues se refiere a lo que hoy mismo sucede en 2011 en parte de esos países, en los que la perorata y el sostén de Occidente logró que se satanizara a medias lo que todavía era un aliado a medias, para dar el beneplácito a las revueltas imparables, gracias además al apoyo de sectores de los ejércitos, siempre y cuando fueran “pacíficas” y no cundiera el mal ejemplo, o fuera alguna, como la de Libia, en algún grado violenta, pero no contra los intereses de Occidente, para hacerla útil o aprovechable.

De ese tipo de maniobras envolventes, que colonizan los procesos insurgentes, pero que lo hacen a más largo plazo y no de manera inmediata, es la que tiene lugar en medida incipiente pero peligrosa, respecto de la utilización de fuerzas revolucionarias como las de Venezuela en el engranaje que Colombia y USA activan para la captura, amedrentamiento, aislamiento, represión y derrota de los que son efectivamente miembros de la guerrilla colombiana o simpatizan con sus posiciones y demandas. Son formas de colonización por la vía de presiones inconfesables, no reconocidas, de pactos pragmáticos, en los que las revueltas, las rebeliones, los procesos de cambio revolucionario que tienen grandes tareas por hacer, desde Estados y redes, desde movimientos y organizaciones de base, desvían sus energías y tuercen parte de sus compromisos éticos. “La internacional del crimen”, como la llamó Che Guevara, vuelve a colonizar, recupera así terreno, realiza avances estratégicos en regiones y países que todavía no necesita invadir directa o abiertamente, blindándose con encajes y resoluciones de derecho policial, como las que hace cumplir a Venezuela para la entrega de rebeldes colombianas-os.

Los centros de poder de esa “internacional” convalidan el pacifismo pero no tienen reparos en traspasarlo manteniendo su discurso agregado al de la seguridad y la defensa de los derechos humanos, con la OTAN por delante. Por esa razón también aprueban la
“rebelión”, como en Libia o Siria, siempre y cuando puedan colonizarla o gobernarla, mientras ponen a suscribir el expediente o recurso de la llamada política “antiterrorista”, tramoya en la que insólitamente cae y se le asigna un papel al presidente Chávez. No importa que sea inconexo o distante de esos hechos y que sea para casos puntuales. El impacto de ese cambio en los imaginarios de la Izquierda es brutal. De nuevo, se articula ahí, bajo el pretexto de la lucha contra el “terrorismo”, gran parte de lo que codician alinear o enfilar en su disciplina. Esta política pragmática, probada una vez, resulta por obligación frecuentada: necesaria de ser ratificada. Hay una constante prueba de fidelidad. Al decir que sí una vez ¿por qué no decir más veces lo mismo? La contención triunfa en la continuidad de un apremio que además tiene la rúbrica jurídica de una orden de captura. La reedición del colonialismo es patente.

Así como el capitalismo hace del desastre y la destrucción jugosos negocios, obteniendo ganancia de la hecatombe, del dolor y la necesidad extrema; así como los mismos que han generado devastación se hacen ricos con la furia de la naturaleza que se rebela violentamente, sacando partido a la catástrofe medioambiental, de manera semejante coloniza las rebeliones que surgen contra parte de las lógicas y estructuras que sustentan ese capitalismo. Finalmente coopta, invierte, rompe y corrompe, neutralizando fuerzas de oposición.

La histórica tarea de descolonizar-se en el ejercicio de la rebeldía contra un orden injusto, enfrentando los factores que produce el enemigo y lo mantienen en el poder, no se hace sin emprender una reflexión y una acción al interior del campo de la Izquierda global. Es la mitad del panorama de los retos por asumir, para acometer la
descolonización de nuestras rebeliones, colonizadas por valores de culturas que también la Izquierda porta, no sólo de vanguardismo dañino sino de competencia nefasta, de lo cual debe librarse mediante el testimonio y la práctica de una ética de la alteridad en
general, que no aparta sino que prescribe ya la correspondencia con la otra y el otro que lucha.

Una explosión en cámara lenta como es el 15-M, con su gran repercusión, no puede ensombrecer que desde décadas atrás en el Sur global mujeres y hombres se han alzado exponiendo lo poco que se tiene y el todo, precisamente mientras en el Norte global se
carecía generalmente del ímpetu necesario y de la vergüenza como provisiones para el viaje y la construcción de la dignidad humana. Nosotros, en el Norte, acostumbrados y aleccionados para asociar a pueblos enteros con pasadizos de mercado y vasallaje, nos
íbamos convirtiendo imperturbablemente exactamente en eso: en mercancías y esclavos, alardeando de una democracia hecha precisamente a base de que sea gozada como ficción y privilegio, o sea falsa, y de que también para otros pueblos cueste y no abunde.
Tanto en los países árabes en 2011 en revuelta contra opresiones, como en Madrid y probablemente en otros lunares del planeta, ha sido afirmado, y seguirá siéndolo en las palabras y en hechos no del todo consumados, un cierto mandato que convierte a los de arriba, a políticos y empresarios, no en mandatarios sino en sobrantes y prófugos: los devela como los corruptos que son. Con muchos obstáculos y errores, pero también con entereza, eso mismo ha sido el grito de décadas atrás en otros procesos de lucha.
Demuestran la vida de la utopía y su praxis, aunque se esté muy lejos de producir no sólo relaciones de fuerza sino de naturaleza más elevada que les desaloje del poder a los neoliberales y sus séquitos.

Por eso, si una “geopolítica de las emociones” tiene aparente lugar, como lo ha señalado en su libro Dominique Moïsi, en el contraste del haber subjetivo que se extiende como miedo (más en USA y Europa), humillación (más en países árabes) y esperanza (Moïsi
señala a China e India), configurando esquemáticamente en el mapamundi ciertas regiones y tendencias que en realidad son planetarias y tienen cabida en todas las sociedades, quizá también deba hablarse cada vez más, desde la Izquierda, de una geopolítica de las alteridades rebeldes, que no sólo integra los viejos vectores
del análisis geopolítico para la crítica de sus fronteras funcionales, sino los nuevos estadios y la consecuente ruptura de esas fronteras, que van dando o podrían dar posibilidades a la formulación de acciones en otra lógica – global/internacionalista – para confrontar el capitalismo y sus crisis, crisis que son nuestras por que nos despojan y nos matan.

Esa geopolítica de la rebelión debe hacer pensar a los sujetos de las revueltas, a sus dirigentes/as, en sus diversas dimensiones. Si bien es cierto el 15-M, por ejemplo, se centra en cuestiones atinentes a la política y la economía en el ámbito del Estado
español, y no está en la condensación de sus demandas el reconocimiento urgente y coherente de otras luchas en otros continentes, en pos de una solidaridad materializada en sinergias (como sería la protesta y otras acciones ante empresas españolas por el saqueo que hacen de recursos de los pueblos latinoamericanos o africanos), esta expresión social sí podría plantearse otros alcances, más tarde o más temprano, que la
definan en su camino ante otras/otros sufrientes que se indignan, que se movilizan, que resisten, crean y luchan.

Atrás hemos dicho que ser pacifistas en un mundo de violencias como la del hambre que condena a más de mil millones de personas diariamente, no debe ser de ninguna manera un requisito para el respeto y el razonamiento sobre las alternativas entre las fuerzas de Izquierda. También que la pregunta que debe nacer con el diálogo debe referirse a la opresión, a las injusticias que matan, y por supuesto también a la identificación de las responsabilidades, de las estructuras y lógicas que producen sufrimiento. Si la rebelión es la afirmación de unos límites ante lo que nos despoja, agregamos que esa misma ética de los límites, y no otra, es la que nos debe hacer preguntar por los ensayos, por las formas de lucha que se han intentado antes del último grito, para que la rebelión responda sobre los límites que asume, en sus medios y fines. A la rebelión le debemos ser esta humanidad pensante con capacidad de indignarse. Esa misma rebelión que nos lega un sentido en la vergüenza, es la que mujeres y hombres vuelven a labrar independientemente de los cálculos de conveniencia, eficacia y
eficiencia. Quizá fracasen y se repita la historia del recomienzo que Albert Camus nos describe en “El mito de Sísifo”. Lo cierto es que ellos-as al menos lo intentan. Interpelando al mundo, a la historia, a nuestra propia condición humana.

Tal encuentro de alteridades rebeldes no puede tampoco idealizarse y sublimarse. Es conflictivo, pero en una dimensión substancialmente distinta a la del combate con el enemigo. Nos lo marcan diversos problemas, no sólo de historia y condiciones de la
insurrección, de fuente cultural y cosmovisiones, sino la mecánica, la forma de organización, la disciplina impuesta o por el contrario de auto-constitución rebelde desde el ser sufriente en concreto hasta el plural de los indignados. Son múltiples y variados los contrastes, pero posibles de ser abordados. Pasando a la realidad y a la
metáfora de la confrontación contra el sistema de opresión, significa que todavía muchas de las experiencias permanecerán bajo el pensamiento clásico de acumulación de fuerzas, de regularización, del tránsito de lo que conocemos como “guerra de
guerrillas” a otra fase (esto puede todavía leerse literal y no sólo simbólicamente de situaciones como la colombiana, aunque evidentemente se registran cambios). De modo bien diferente, el 15-M y otras expresiones en alza, modifican las pautas y conciben otra estrategia, más con “acciones de profundidad” en la denominada “geometría de la revuelta”: “La victoria se debe sobre todo a una acción intelectiva, a un cambio arbitrario de perspectiva, que no desafía la fuerza del enemigo, sino que la hace vana, la sortea y la vuelve inútil”14. Esta posibilidad de encuentro de prácticas y teorías, debe no obstante cultivarse, trabajarse, como respuesta ética y política, descolonizando las rebeliones, proceso en el cual el enemigo podrá perder sus coordenadas, porque se le
impone desde los de abajo otro mapa, otra geopolítica, que primero deberemos asumir nosotros-as.

Así, vuelve a tener razón un planteamiento “de sustracción” que paradójicamente acuñó Lawrence, un colonizador-descolonizador. Nos quedan las proposiciones referidas a la movilidad más que a la fuerza, a la desorientación del enemigo, a la no-batalla, al ahorro
de fuerzas y su dislocación, el contagio de las ideas de dignidad personal y colectiva, la invisibilidad, a la irregularidad, a la guerrilla nómada y diversa, de pensamiento y acción transformadora, de auto-contención y auto-constitución, de éxodo y creatividad,
de mutación social, de autonomía, de asalto, de emboscada, de poblamiento heterogéneo, por redes comunicativas no controlables por el adversario, con narraciones alternativas, erosionando así un sistema enemigo. Todo ello aplicado también a la acción política, social y cultural contra el opresor. Del que Che habló y al que combatió, hasta las últimas consecuencias, como lo hizo también Camilo Torres Restrepo. Encarnan la ética de la alteridad a la que se refiere Enrique Dussel. Si un 15-M nos traduce un huracán de nuevas expresiones entre los fenómenos globales, si las revueltas
árabes de 2011 nos indican un devenir que conjuga modelos, Guevara sigue iluminando, no sólo al señalar la rendición de cuentas del rebelde a sí mismo, sino un esfuerzo intelectual y moral de crítica y auto-crítica, frente a la injusticia y frente al imperialismo.

Quienes terminan hoy la acampada del 15-M (que pienso es ampliamente de Izquierda) y saben que reemprenderán y transformarán acciones políticas, sociales, culturales, de ruptura, tránsito y migración, para que una nueva Izquierda sea más en la confrontación ante el ascendente fascismo que nos circunda, local y globalmente; para que sea más y más allá de las inscripciones mutiladoras, reconocerán también la emergencia y la insurgencia de unas éticas de convergencia que nos vienen forzosamente del pasado de unas rebeliones inconclusas, que ponen de presente la posibilidad del encuentro y del diálogo, sin menosprecio entre militancias y no militancias, sin enaltecimiento, sin adhesión, preguntándonos por los humanos orígenes de la indignación y de las
resistencias.

6. Protesta / propuesta: volver sobre los diálogos de paz y la
Declaración de los Derechos de los Pueblos.

La protesta está hecha. Dejada sobre la mesa. Cientos y cientos de colectivos, de organizaciones sociales, de movimientos políticos, de intelectuales, en América y todo el mundo15, han refutado con serios argumentos y con gran sensibilidad, las decisiones que el comandante Chávez ha tomado con su equipo de gobierno, respecto a la entrega de rebeldes colombianos, conforme a la petición hecha por Juan Manuel Santos, al frente de un Estado y una elite política y económica que ha cometido genocidio. Cerca de una decena de personas han sido tratadas como mercancía de cambio en los últimos meses, en desarrollo de unos pactos entre organismos y servicios de inteligencia de ambos países. En tanto luchadores políticos que han enfrentado un régimen como el colombiano, quizá tenían asumidas dolorosas consecuencias de su actuar consecuente. Quisiéramos no ahondar más acá en ello, conscientes que todavía las cosas pueden ir peor. Que Venezuela podría causar más daño. Tenemos en esa tendencia ya no sólo las
posibilidades decadentes de un realismo político, de un pragmatismo demoledor de principios, sino un cambio cardinal. Nos resistimos a ese destino, confiados en que la Revolución Bolivariana podrá rectificar, rectificarse en estos asuntos, tanto como en su mirada hacia las revueltas en otras latitudes.

Sin dejar de defender los avances revolucionarios y repeler las agresiones de un modo inteligente y responsable en la lógica de un realismo no humillante, es coherente la apuesta idealista y ética por los pueblos, por sus derroteros y derrotas, más que colocarse del lado de los opresores y sus triunfos, sean del corte de Gadafi o de Santos, apenas figuras de lógicas más terribles. Tratándose de Colombia, siendo el presidente de un país en guerra, que debe resolverla sin implicar suciamente a otros, Venezuela debe ponerle límite a la hábil pretensión de Santos. Debe entonces enmendar. Su papel no debe ser cumplir labores represivas sino recuperar un patrimonio moral digno del legado de Bolívar. Habiendo dejado estancada su visión generosa que mantuvo hasta hace un año, sobre una salida política negociada al conflicto social, político y armado, conflicto bélico interno que incluso ha sido reconocido de forma directa por Santos, debe elcomandante Chávez descifrar esa maniobra envolvente que dictada desde USA y ejecutada desde Bogotá, le pone y le desgasta en un rol de guardián “anti-terrorista”.

En muchos ejemplos, como Che Guevara, como Cuba, nos basamos para abogar por el reconocimiento del otro que sufre, de la otra que sufre, del indignado que se levanta, del rebelde que se forja con derecho y que nos da sentido. Esa ética de las alteridades rebeldes que nos demandan cesiones no deshonrosas y más allá nuevas construcciones comunes dentro de la Izquierda, pero no la renuncia a la rebelión, esa ética es la que se ha tejido por siglos y mientras haya aliento seguirá transformando la vida.

En ese camino de alteridades rebeldes, Venezuela no se quedó sola. Halló a Cuba (que también enfrenta una encrucijada entre las necesidades de un realismo y una revolución por ideales socialistas que son su valor en este mundo) y fueron forjando otra
geopolítica, de la esperanza, con otros procesos que toparon desde hace tiempo y que han acompañado en diferentes sendas. No fueron apuestas de casino, sino todavía más inciertas. Fueron jornadas de hazañas que se mantienen contra la inclemencia de la opresión. Liberadoras pero también peligrosamente colonizadas, esas luchas de emancipación deben también ser humildes, y reparar.

Se precisa no entregar más rebeldes al Estado colombiano para no hacerlos rehenes, para que no sean allí castigados por luchar, los cuales deben asumir a su vez límites, más ante un país como Venezuela que vive una incesante agresión interna y externa.
Pérez Becerra, refugiado entregado ilegalmente por Venezuela al país de donde tuvo que escapar para que no lo mataran, no es un terrorista. No llevaba ni un alfiler. Es un periodista. Julián Conrado, quien tampoco es un terrorista, estaba desarmado, como otros guerrilleros que igualmente han depuesto las armas en territorio venezolano, siendo aplicable cabalmente a ellos instituciones de derecho internacional y mecanismos de neutralización y protección derivados del asilo territorial. Por lo tanto se requiere ser capaces de decir ¡no! desde la Revolución Bolivariana, ¡no! a todo lo que pide Santos y Obama, para no renunciar a eso que nos da dignidad y sustento en actuales y futuros procesos de indignación, constituyentes a su vez de nuevos bríos e iniciativas.

Puede rectificar con grandeza. Para ello, puede volver a considerar, como lo hizo en 2008, el tácito o explícito reconocimiento de la insurgencia colombiana como fuerza beligerante. Lo que sí no tiene escapatoria es el reconocimiento de fuerza contendiente, conforme al lenguaje y conceptos del derecho de los conflictos armados, una vez reconocido expresa o manifiestamente por el gobierno Santos, sin vuelta atrás, que hay un conflicto armado en Colombia. Debe Venezuela no ser “más papista que el Papa”. En lugar de servir a la falaz lucha “anti-terrorista” y sus listas, otrora condenadas por
Chávez; en lugar de mezclarse con una represión penal indecorosa, reforzando la criminalización de la oposición y de las víctimas del terrorismo de Estado, debe acoger y aplicar los convenios internacionales de derechos humanos y derecho humanitario, los cuales le obligan no sólo en el nivel jurídico que la juridicidad venezolana fusiona, sino en los planos ético y político. Esto lo puede potenciar convocando, incluso con el gobierno colombiano, o sin su aval, una conferencia sobre la humanización del conflicto y la construcción de la paz, con valientes redes como Colombianas y Colombianos por la Paz, reconocido grupo interlocutor que desarrolla un intercambio epistolar y propuestas con la insurgencia para la regulación o limitación de la confrontación armada y para trabajar por una salida política basada en la justicia.

En un ámbito global, el gobierno de Venezuela, junto con la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, ALBA, y otros nodos regionales y globales, como Vía Campesina, puede y debería recordar esfuerzos y referentes como la Declaración de los Derechos de los Pueblos (Argel, 1976)16. 35 años después de este instrumento del pensamiento progresista mundial, en tiempos de bifurcaciones de la descolonización y la lucha por la autodeterminación de los pueblos, hace falta que se repiensen tareas, que se recojan enunciados de liberación y respeto a los procesos de paz y justicia en el concierto global de una crisis, no sólo económica, sino ecosocial y de civilización.

Ninguna razón de alianzas tácticas o giros coyunturales para hipotéticas colaboraciones con quienes ejercen la dictadura del despojo guerrerista y neoliberal, puede hacernos desistir de un grito de rebeldía e indignación que es también el del llamado fraterno para tejer otra ética y otra geopolítica. La ética que nos descoloniza y la geopolítica de las alteridades rebeldes. De las luchas de otros y otras que debemos reconocer y no escupir, porque nos necesitamos para ser. Las luchas de quienes siendo otros-as se rebelan con y como nosotros-as. Las luchas de otras-os que nos dan sentido.

Che Guevara podía haber callado, y no lo hizo, por ejemplo sobre los crímenes europeos en África. Dijo: “hay que esclarecer que no solamente en relaciones en las cuales están imputados Estados soberanos, los conceptos sobre la coexistencia pacífica deben ser bien definidos. Como marxistas, hemos mantenido que la coexistencia pacífica ente naciones no engloba la coexistencia entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos. Es, además, un principio proclamado en el seno de esta Organización, el derecho a la plena independencia contra todas las formas de opresión colonial. Por eso, expresamos nuestra solidaridad hacia los pueblos (…) Nuestros ojos libres se abren hoy a nuevos horizontes y son capaces de ver lo que ayer nuestra condición de esclavos coloniales nos impedía observar; que la «civilización occidental» esconde bajo su vistosa fachada un cuadro de hienas y chacales”17.

Para cerrar, para levantar esta acampada de palabras, no nos basamos hoy ya más en el Che. Nos basamos en lo que recientemente hemos escuchado, en lo dicho que hace honor de un compromiso revolucionario en el que todavía muchos creemos, en tanto se rectifique la injusticia cometida y se siga combatiendo al imperialismo, al Imperio en todas sus estrategias, incluidas las policivas y militares, con las que busca fracturar la confianza entre las resistencias que construyen las cualidades del socialismo. Afirmaba el comandante Chávez tres días antes de la captura y posterior entrega ilegal de Pérez Becerra, hoy preso en una cárcel colombiana: “los enemigos de la felicidad colectiva no descansan en ensayar estrategias para debilitarnos y, finalmente, tratar de destruirnos / Ayer el imperio español, hoy el imperio yanqui con sus formas hegemónicas de ejercer el poder, se ubican en un extremo de la historia; en el otro, los pueblos que no descansaremos hasta conquistar nuestra Independencia definitiva y ver realizado un mundo de justicia, paz e igualdad. Por eso mismo, lo digo con Bolívar, debemos triunfar por el camino de la Revolución y no por otro / En medio de este urgente debate, en el que se inscribe el espíritu de este Congreso, está echada la suerte de nuestros pueblos que no les queda otro sendero que aquel de la resistencia permanente y la creación heroica para tener Patrias verdaderas.
Ahí vamos enlazadas, Cuba y Venezuela: de allí la alegría compartida y la esperanza común que nos hermanan; de allí nuestro respaldo al heroico pueblo que, como pocos pueblos en la historia, ha demostrado la valentía imprescindible que se requiere cuando
el destino está cifrado en la libertad
”18.

Nos quedamos con este testimonio de esperanza surgida de la obra iniciada y de la ética de la posible reparación, de la fraterna y mutua corrección, de la alteridad de las rebeliones, sin la cual no podrán construirse más amplias éticas y utopías del bien común de la humanidad.

Notas:

1 “Las revoluciones árabes y la política de bloques” (06-04-2011).
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=125764

2 “El mundo árabe y la intervención occidental” (21-04-2011).
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=126837

3 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=127303. Señala Kohan: “Lo que pasó tiene un nombre preciso: “Razón de Estado”. El predominio impiadoso de supuestos “intereses geoestratégicos” que el común de la gente, supuestamente, no comprende, pero que habría que privilegiar, aun violando los principios revolucionarios y solidarios más elementales”.

4 Ver http://www.youtube.com/watch?v=V64IiB2Kbc4 feature=player_embedded y http://www.jornada.unam.mx/2008/01/12/index.php?section=mundo&article=022n1mun

5 www.eltiempo.com / 23 de mayo de 2011

6 http://www.eltiempo.com/mundo/latinoamerica/ARTICULO WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-9526164.html

7 “Libia y la izquierda. Principios e incertidumbres” (04-03-2011).
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123521

8 Discurso del Comandante Che Guevara en la XIX Asamblea General de las Naciones Unidas, el 11 de diciembre de 1964.

9 Recorto la cita de Cortázar en aras de la brevedad: “Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas. Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional. Y es
entonces que nuestra excesiva confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos términos puede colocarnos en desventaja frente a ese uso diabólico del lenguaje. Por la muy simple razón de que nuestros enemigos han mostrado su capacidad de insinuar, de introducir paso a paso un vocabulario que se presta como ninguno al engaño, y si por nuestra parte no damos al habla su sentido más auténtico y verdadero, puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la diferencia esencial
entre nuestros valores políticos y sociales y los de aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas…¿hemos sido capaces de mirarlas de frente, de ahondar en su significado, de
despojarlas de la adherencias, de falsedad, de distorsión y de superficialidad con que nos han llegado después de un itinerario histórico que muchas veces las ha entregado y las entrega a los peores usos de la propaganda y la mentira? (…) Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros. Una crítica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser”. Ver el texto completo en http://www.revistavox.org.ar/cortazar.htm

10 “España exportó material militar al régimen de Gadafi por 11,2 millones en 2010”. Madrid 2 de junio de 2011. Ver: http://politica.elpais.com/politica/2011/06/02/actualidad/1307042139_518922.html

11 “Mercenarios colombianos, producto de exportación”, BBC Mundo, Bogotá, 27 de mayo de 2011: “Primero fue Irak, luego Afganistán y ahora Emiratos Árabes Unidos. Se trata de los destinos a donde han viajado en la última década mercenarios reclutados en Colombia, un país que está en conflicto armado
desde mediados de los años 60 del siglo pasado y donde no es delito preparar a esos combatientes / El más reciente caso fue denunciado por The New York Times, que asegura que un grupo de mercenarios colombianos viajó a Emiratos Árabes Unidos a prestarle servicios de seguridad a la familia real de ese país”. http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/ /110526_colombia_mercenarios_ao.shtml

12 Antes que Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”, señalaba el italo – argentino José Ingenieros en su libro “El hombre mediocre” (1913), en una escuela de la psicología positivista ya pasada, que no obstante movilizó proposiciones aunadas a una visión antiimperialista que vale recuperar al pensar el repudio al equilibrismo y a la moral de la conveniencia: “El portador de un ideal va por caminos rectos, sin reparar que sean ásperos y abruptos. No transige nunca movido por vil interés; repudia el mal cuando concibe el bien; ignora la duplicidad; ama en la Patria a todos sus conciudadanos y siente vibrar en la propia el alma de toda la Humanidad”. Edit. Agebe, Buenos Aires, 2008, pág. 183.

13 Ver “Guerrilla”, de T. E. Lawrence, seguido de “Junto a los ríos de Babilonia”, los comentarios de Wu Ming 4. Acuarela & A. Machado Edit., Madrid, 2008.

14 “Junto a los ríos de Babilonia”, cit., pág. 47.

15 Entre cientos de páginas, véanse por ejemplo las cartas y pronunciamientos de la Asociación Americana de Juristas (AAJ), en particular de la Rama República Bolivariana de Venezuela y otras
importantes entidades de derechos humanos, así como las declaraciones de partidos políticos de Izquierda y el seguimiento realizado en páginas como http://azalearobles.blogspot.com/. De igual manera el excelente análisis de Maurice Lemoine: “El presidente Hugo Chávez en el laberinto colombiano”. En
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=127924. 07-05-2011.

16 http://www.filosofia.org/cod/c1976pue.htm

17 Discurso del Comandante Che Guevara, cit.

18 Mensaje de Hugo Chávez al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. Abril 20 de 2011.