El número 57 de Voces en el Fénix viene a completar la tarea iniciada en el número anterior (Asia): acercarnos a la fascinante realidad de los dos continentes más distantes de la cosmovisión occidental. En este caso le toca el turno a África.
A continuación, un recorrido por los artículos que forman parte de este número de Voces que nos ayudarán a esclarecer el lugar que ocupa hoy en día África en el sistema internacional. La creciente importancia política y académica que ha adquirido el continente muestra su relevancia geoestratégica en el tablero mundial. Un paso fundamental para que las realidades africanas dejen de ser periféricas en las agendas mediáticas, políticas y científicas de nuestro país.Fuente: Revista Voces en el Fénix 57. VIII/2016
Diamante de sangre
(Por Martín Fernández Nandín)
A partir de los artículos que forman parte de este volumen, el lector podrá ver que, lejos del imaginario que supimos construir, este continente viene creciendo a pasos agigantados. Tras las guerras de independencia desarrolladas durante la segunda mitad del siglo XX y luego de superar en décadas recientes la mayoría de las guerras fratricidas –producto muchas veces de las fronteras heredadas de la época colonial, trazadas con la única finalidad de repartir pedazos de tierra sin tener en cuenta a la población que la habitaba–, la primera década del presente siglo mostró un continente con tasas de crecimiento muy por encima de la media mundial.
Lamentablemente, como suele suceder a los países dependientes en el concierto internacional, este crecimiento no fue acompañado de un proceso de desarrollo; básicamente porque el incremento en los niveles de ingreso obedeció, casi de manera exclusiva, al auge de la exportación de productos primarios, energéticos y agrícolas, hacia China, generando una nueva relación de subordinación en la que solo cambió el país receptor de las materias primas pero se mantuvo inalterable la relación de dependencia y la primarización de la economía.
Más allá del mencionado crecimiento, el continente lejos está todavía de ser considerado un territorio estable. Numerosos conflictos se mantienen vigentes, la mayoría de los cuales obedece a intereses extranjeros vinculados a la explotación de los recursos energéticos, incluyendo en algunos casos la actividad de organizaciones terroristas. Así, se han vuelto frecuentes y permanentes en algunas regiones las hambrunas, epidemias, y los desplazamientos de personas.
Pese a todo esto, en un mundo que todavía no logra salir de la crisis iniciada en 2008, países emergentes, como el nuestro, se han visto obligados a construir nuevas alianzas estratégicas con naciones de otras regiones del planeta hasta ahora poco exploradas. Allí reside la importancia de acercarnos a la realidad de este continente, que se asoma como una oportunidad para ampliar nuestros horizontes comerciales y culturales. Claro que para ello necesitamos construir una relación de colaboración y cooperación que nos permita insertarnos de la mejor manera en el mundo que se avecina.
Como decíamos al inicio de este editorial, con el presente volumen concluimos una parte de la tarea que nos propusimos cuando imaginamos ambos números: acercarnos al conocimiento de dos continentes, Asia y África, que hasta hace muy pocos años aparecían casi absolutamente ajenos a los intereses de nuestra región. Queda mucho por conocer y aprender, un puñado de excelentes artículos no alcanzan para tomar real dimensión del universo que contemplan estos territorios, un mosaico de culturas, religiones, etnias y paisajes tan disímiles como deslumbrantes. Queda la puerta abierta, y el compromiso de pensar nuevas ediciones que sirvan para ampliar los conocimientos.
África mía
(Por Gladys Lechini y Carla Morasso)
El lugar de África en el sistema internacional del siglo XXI es un tema de creciente importancia política y académica a nivel mundial. El remozado interés en el continente por parte de los BRICS, en particular de China, y de las potencias occidentales, en especial Estados Unidos y Francia, ha renovado su relevancia geoestratégica. No obstante, las realidades africanas continúan siendo periféricas en las agendas mediáticas, políticas y científicas argentinas. De allí la relevancia de contar con un conjunto de análisis que abordan desde diferentes disciplinas las variadas aristas y problemáticas que atraviesan a este multifacético continente.
Son numerosas las voces que observan que el afro-pesimismo imperante en los noventa –cuando la región era estigmatizada como el continente perdido– ha sido reemplazado por el afro-optimismo, basado en el crecimiento de las economías subsaharianas y el avance de los procesos de democracia formal. En efecto, como señala Sombra Saraiva en “Un África renovada”, en la Unión Africana se discute sobre los horizontes del renacimiento africano, basado en la memoria histórica y la riqueza cultural de sus pueblos, tras décadas de dominación colonial y neocolonial. Sin embargo, aún son numerosos los desafíos que enfrenta el panafricanismo como eje articulador del continente, tal cual lo analiza Mattheis en “Integración y regionalismos africanos”.
Debe tenerse en cuenta que “el despertar de África” no impregna por igual todas las dimensiones de la realidad africana y que el desarrollo continúa siendo una de las principales deudas del continente, como claramente expone Kabunda Badi en “África: crecimiento sin desarrollo”. El crecimiento económico no alcanza por sí solo para impulsar mejoras en la calidad de vida de las poblaciones y menos aún si no se basa en transformaciones estructurales. La mayor fragilidad del impulso económico en el caso africano reside en su alta dependencia de las materias primas. Así, en el análisis expuesto en “África: ¿remontando o en descenso?”, de White y Nardi, es posible observar cómo a partir de la caída de los precios de los commodities en 2014 se ha mitigado el entusiasmo sobre las perspectivas económicas del continente.
El mosaico étnico, lingüístico y religioso que atraviesa a los cincuenta y cuatro Estados resultantes del artificial trazado colonial de las fronteras complejiza la partición del continente en unidades de análisis regionales. No obstante, es de utilidad aplicar la clásica línea divisoria de la escuela francesa entre los países emplazados en el norte –con poblaciones mayoritariamente árabes y musulmanas y con dinámicas socio-políticas muy ligadas a los países de Medio Oriente– y los ubicados en el sur del Sahara –poblados principalmente por etnias negras cristianas o animistas– para dar cuenta de recientes procesos políticos y económicos con alcance subregional.
El norte africano estuvo signado en los últimos años por los resultados de la denominada “Primavera Árabe”. Paredes Rodríguez señala en “Egipto: ¿auge y caída del Islam Político?” cómo tal proceso dio lugar a la visibilidad de un actor silenciado durante años, el Islam político, el cual no es monolítico y presenta variadas aristas. En Egipto, a través de la Hermandad Musulmana, presentó su cara moderada. No obstante, su gobierno fue derrocado por un golpe de Estado, mostrando cómo la instrumentalización de la religión en una estrategia de reislamización como salida a los profundos problemas egipcios generó grandes temores en actores domésticos y externos, lo cual fue un factor determinante para poner fin a la experiencia del Islam político en este país. En el caso de Marruecos, tal como analiza Vagni en “Marruecos, reajustes internos y externos ante un contexto regional conflictivo”, tras la Primavera Árabe tuvieron lugar una serie de tensiones y transformaciones profundas que dan cuenta de un régimen político híbrido, donde la naturaleza autoritaria convive con la puesta en juego de dispositivos democráticos y de un escenario de nuevos desafíos y oportunidades que pueden marcar la senda política e internacional de los próximos tiempos.
En “Libia: el Estado fallido que Occidente ayudó a construir”, Rabbia analiza la situación del país a cinco años de la intervención de la OTAN. La atomización de los actores domésticos y los fallidos intentos por alcanzar un gobierno de unidad que suceda en el poder central al desaparecido régimen de Muamar Gadafi mantienen a Libia en una frágil situación. La incapacidad estatal de brindar seguridad a sus ciudadanos ha llevado a que el país sea considerado como un “Estado fallido”, donde la puja de intereses extranjeros y la presencia de ISIS han sido factores centrales en la dilatación y agudización del agónico productor petrolero.
Por otra parte, en “Sahara Occidental, la descolonización pendiente y la lucha por la autodeterminación”, Mateo aborda los principales hitos de un proceso de descolonización aún abierto en el siglo XXI. A través de los años, las disposiciones de Naciones Unidas han sido infructuosas para la resolución de este conflicto que tiene como actores centrales al Frente Polisario, que proclamó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) en 1976 y pretende la autodeterminación del pueblo saharaui, y al reino de Marruecos, que niega la posibilidad de autodeterminación.
En lo que respecta a África Subsahariana, las dinámicas de estabilización democrática y auge económico que hicieron lucir a la región se reflejan claramente en Angola, Mozambique, Nigeria y Sudáfrica. En el primer caso, tras una extensa y cruenta guerra civil, el país retomó el camino de la paz y la reconstrucción. La estabilización de la situación interna, los altos precios del crudo y la presencia activa de China como financista y cooperante fueron factores que contribuyeron a un acelerado crecimiento del PBI. Sin embargo, tal como se indica en “Angola: ¿resurgiendo de las cenizas de la guerra?”, de Marchetti, al igual que en el resto de los países fundamentalmente exportadores de materias primas, en una coyuntura internacional de constricciones, de cara al futuro entre los principales desafíos del país sobresale la necesidad de profundizar las reformas políticas y económicas. Es preciso que los ingresos provenientes de la exportación de petróleo se conviertan en una fuente de recursos para la modernización y diversificación de la economía nacional.
En “Nigeria y Mozambique: desafíos emergentes”, Morasso da cuenta de las problemáticas políticas y económicas de estos dos países tan distintos y tan similares a la vez, que se enfrentan a importantes retos vinculados al desarrollo y la gobernabilidad, los cuales no pudieron ser resueltos a pesar del crecimiento del PBI en los pasados años. Por otra parte, Gonçalves analiza críticamente la evolución de dos poderes emergentes mundiales en “De economía emergente a la emergencia de la economía: los casos de Sudáfrica y Brasil. Crecimiento incierto y desigualdades en África del Sur y Brasil”, sentando las bases para cuestionar la sostenibilidad de los resultados alcanzados en la última década.
Junto a las cuestiones económicas se revelan también importantes temáticas que históricamente estuvieron presentes en la región pero que son miradas a través de nuevas lentes. Tal es el caso de la violencia, que como señala Buffa en “La necesidad de abandonar la máscara de la simplificación. Representaciones y dinámicas de los conflictos subsaharianos de Posguerra Fría”, requiere repensar las teorías abocadas a explicar el origen y perpetuación de los conflictos intraestatales.
Con relación al medio ambiente, en “El grupo africano en las negociaciones multilaterales climáticas recientes (2009-2016)”, Bueno aborda las complejidades de hallar posiciones conjuntas en foros internacionales y expone los resultados alcanzados por la diplomacia africana.
Por otra parte, Becerra, en “La situación de la mujer en África: entre el activismo y la desigualdad”, y Wabgou en “Mujeres angoleñas y construcción de paz” reparan en la cuestión de género considerando las particularidades devenidas de las culturas y las historias africanas y resaltando la centralidad de la figura femenina como motor del desarrollo y la paz.
Sobre los vínculos entre la Argentina y África encontramos un panorama que se extiende entre los años sesenta y la actualidad en el trabajo de Lechini titulado “La Argentina y los impulsos africanos”, el cual da cuenta de los altibajos que las relaciones han mantenido en los márgenes de la agenda externa argentina y de las posibilidades que se abren a futuro. En tanto, Maffia y Morales abordan la cuestión de los afrodescendientes y los negros en la sociedad argentina contemporánea en una coyuntura de visibilidad social y mediática de los migrantes africanos, en “África y los migrantes africanos en el imaginario y el territorio argentino”.
Por último, la construcción de la cooperación Sur-Sur es expuesta a través de experiencias culturales e institucionales. En “El cine en África. La importancia de la cooperación Sur-Sur”, César relata la riqueza que se encuentra en la realización de coproducciones fílmicas argentino-africanas, en tanto Sané indaga sobre las contribuciones y potencialidades de una cooperación horizontal birregional en “Por una cooperación Sur-Sur enriquecedora e inclusiva”.
Creemos que a partir del conjunto de análisis y reflexiones presentados en “África mía” es posible proyectar una imagen realista de este heterogéneo continente lejanamente conocido y contribuir a la generación de una nueva mirada, endógena y descolonizada, que nos permita repensar las vinculaciones entre América del Sur y África y vislumbrar caminos conjuntos que partan desde el Sur.
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