La posición del misionero. Las ONG y el Desarrollo en África


Según parece, el desarrollo ha fracasado. Las estadísticas son alarmantes. No obstante, el sector de las ONG va viento en popa. En este artículo se aborda la evolución del papel de las ONG en África. Sugerimos que su papel en el «desarrollo» representa una continuidad al trabajo de sus precursores, los misioneros y las organizaciones voluntarias que cooperaron en la colonización europea y el control de África. Hoy en día, su trabajo contribuye ligeramente a aliviar la pobreza, pero también en gran medida a minar la lucha del pueblo africano para emanciparse de la opresión económica, social y política. Las ONG podrían (y algunas ya lo hacen) desempeñar un papel importante a la hora de apoyar la emancipación del continente, pero eso implicaría que se alejasen del papel paternalista que desempeñan en el desarrollo.
Por Firoze Manji, para UMOYA (Comites de Solidaridad con el Africa Negra)

Todos recordarán el África de los últimos años del siglo XX por dos acontecimientos históricos. Uno de ellos fue el alzamiento de los movimientos populares que pusieron fin al imperio colonial y trajeron consigo la caída del apartheid. El otro, una catástrofe humana masiva que alcanzó casi el millón de víctimas en Ruanda. Si el primero se consiguió a través de la movilización de la mayoría, que buscaba la emancipación, el segundo fue debido a la presión por cumplir un programa de desarrollo social diseñado por terceras partes.

Estos dos extremos representan la esperanza y la desesperación que caracterizaron a una gran parte del continente en los últimos años del milenio. Todos los países de la región presentan, aunque en distintos grados, una mezcla de factores que pueden desencadenar cualquiera de estos dos resultados: un futuro basado en el respeto por la dignidad humana o un futuro desgarrado por los conflictos, como los que tuvieron lugar en Sierra Leona, Liberia, Angola y la República Democrática del Congo.

Según parece, el desarrollo ha fracasado. En muchos países postcoloniales, el PIB per cápita real ha caído en picado y las ganancias de bienestar conseguidas desde la independencia en ámbitos como el alimentario, el sanitario o el educativo han invertido su tendencia. Así, las estadísticas son alarmantes. En el África subsahariana, los ingresos totales per cápita cayeron en un 21% en términos reales entre 1981 y 19891. Madagascar y Mali ahora tienen unos ingresos per cápita de 799$ y 753$, lo que representa una disminución con respecto a los 1258$ y 898$ de hace 25 años. En otros 16 países subsaharianos, la renta per cápita también fue más baja en 1999 que en 19752. Casi un cuarto de la población mundial, pero casi un 42% de la población del África subsahariana vive con menos de 1$ al día. Los niveles de desigualdad también han disminuido drásticamente en todo el mundo. En 1960, la renta media del 20% de la población más rica del mundo era 30 veces mayor que la del 20% más pobre; en 1990, era 60 veces mayor; y en 1997, 74 veces superior a la del 5% con menos riqueza. Con todo esto, hoy en día «los activos de las tres personas más ricas del mundo suponen en su conjunto más que el PNB de los países menos desarrollados y sus 600 millones de personas juntos»3.

En este contexto se ha producido el acelerado crecimiento de las organizaciones no gubernamentales (ONG), tanto locales como occidentales, en el continente africano. En la actualidad, las ONG actúan como un nexo entre agencias oficiales, consultores, académicos, practicantes y otros expertos que producen y consumen conocimiento sobre el «mundo en desarrollo»4. Según cálculos recientes, hay unas tres mil ONG en los países de la OCDE5. Tan solo en Gran Bretaña, hay más de cien grupos voluntarios que aseguran estar especializados en este ámbito.

La ayuda (en la que las ONG han desempeñado un papel muy importante) a menudo se representa como una forma de altruismo, un acto caritativo que permite que la riqueza vaya de los más ricos a los más pobres, que se reduzca la pobreza y se capacite a los que tienen menos recursos. Según David Sogge, esas afirmaciones son «lemas que distinguen a los que creen de los que dudan. Son expresiones de fe. Como mucho, son medias verdades»6.

De los misioneros del imperio a los misioneros del desarrollo

El mercado y el voluntariado han estado relacionados desde hace mucho tiempo. El primer y más conocido periodo de «libre comercio» (de la década de 1840 a la de 1930) supuso también el auge de la actividad caritativa del Imperio británico. En Gran Bretaña, la revolución industrial abrió una gran brecha entre la burguesía y la creciente clase proletaria. En los años 1890, cuando los industrialistas amasaban fortunas que estaban a la altura de la aristocracia, un tercio de la población de Londres vivía al límite de la mera subsistencia, y la muerte por inanición ya era una realidad más que conocida. En esta época, la filantropía privada era la solución preferida para colmar las necesidades sociales, y los gastos privados superaban con creces los públicos.

Por un lado, los poderes coloniales no se mostraban dispuestos a financiar los programas de bienestar del estado para los africanos7. Por otro, los servicios sociales del gobierno para la población indígena eran mínimos. Además, la política social estaba destinada a garantizar la integridad de las estructuras del reino colonial. Es decir, se había diseñado para asegurar una mano de obra de calidad suficiente con el fin de garantizar la explotación razonablemente eficiente de la colonia. Así, se definieron en la metrópolis los objetivos del desarrollo social como tales. En ese marco, la formulación política y su aplicación solían estar descentralizadas, con lo que quedaban delegadas al gobernador y las administraciones coloniales.

Sin embargo, los servicios sociales no estaban del todo ausentes. En los periodos de graves brotes y epidemias en los asentamientos indígenas, se proporcionaban servicios sanitarios principalmente para reducir el riesgo de que las enfermedades se propagasen y llegasen a la sociedad blanca. También se proporcionó una educación limitada cuando se requerían algunas competencias básicas para administrar la colonia o para las formas específicas de explotación. No obstante, el gasto del estado para sustentar las poblaciones blancas de los asentamientos solía ser muy generoso; si bien en la víspera de las independencias tuvieron lugar unos cambios significativos (hasta el punto de que se llevaron a cabo inversiones en los sectores sociales, ya que la mayor parte de las funciones del estado en dichos sectores se basaba en proveer a una minoría8). Para la mayoría de la población rural, un puñado de asociaciones benéficas y grupos misioneros tenían que encargarse de compartir sus bienes para materiales de apoyo en el ámbito educativo, sanitario y de servicios sociales. Al ofrecer estos servicios, también se encargaban de la evangelización de la población africana, con lo que desalentaban lo que para ellos era ignorancia, holgazanería y degeneración moral, y fomentaban su propia visión de la civilización.

Si bien el bienestar de los africanos no estaba entre las preocupaciones principales de los administradores y misioneros coloniales, su control sí lo estaba. Todos los blancos estaban de acuerdo en controlar las expectativas y el comportamiento de los negros. Ante esto, los africanos no siempre respondían de forma pasiva al mandato colonial. En los años de entre guerras tuvieron lugar algunos de los principales desafíos a la autoridad blanca en el continente africano, así como el surgimiento de un nacionalismo significativo y de unos movimientos anticoloniales de trabajadores negros organizados y dispuestos a alzarse en contra de las brutales injusticias del colonialismo9.

Sin embargo, durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, se produjeron las movilizaciones populares más importantes, además de la formación de numerosas organizaciones populares (tanto formales como informales) por todo el continente africano. En un principio, estos movimientos surgían no tanto por los deseos de conceptos abstractos como la autodeterminación, sino por las luchas para conseguir unos derechos básicos que formaban parte de las experiencias diarias de la mayoría: derecho a alimentación, refugio, agua, tierra, educación y cuidados sanitarios; el derecho a la libertad de asociación, de expresión, de movimiento y el derecho a no sufrir abusos y otro tipo de violaciones de los derechos humanos10. Todas estas agitaciones civiles (tanto urbanas como rurales) dieron pie a los movimientos de liberación.

En muchas ocasiones, la respuesta imperial era brutal. En Kenia, las luchas de las clases bajas alcanzaron su punto álgido en la rebelión «Mau Mau» de 1952, cuando la población Kikuyu de las denominadas «sierras blancas» movilizaron un extendido apoyo popular para crear una guerra de guerrillas contra los colonizadores. Según cálculos oficiales, este enfrentamiento se cobró la vida de 95 blancos y 11.503 africanos, aunque la mayoría ahora está de acuerdo en que el número de africanos fallecidos fue mucho mayor11. Decenas de miles de hombres, mujeres y niños Kikuyu fueron internados en campos de concentración bajo una legislación de emergencia. Sin embargo, no todos los esfuerzos para controlar a los africanos fueron completos o estuvieron basados en el empleo de la fuerza bruta. La ideología desempeñó un papel mucho más importante. Tal y como nos explica Ngugi wa Thiong’o:

El colonialismo impuso el control de la producción social y de la riqueza a través de la conquista militar y la subsecuente política dictatorial. No obstante, lo que controlaban ante todo era la mente de los colonizados. Controlaban, mediante la cultura, la manera en la que la gente se percibía a sí misma y en la que percibía su relación con el mundo. El dominio económico y político no se puede completar ni ser efectivo sin un control mental. Para dominar la cultura de un pueblo, hay que controlar sus herramientas de autodefinición en relación con los otros12.

Las sociedades misioneras y las organizaciones de voluntariado fueron actores clave en la guerra ideológica. Estas le proporcionaron a la administración una forma poco costosa de riqueza privada y con medios sutiles para controlar el comportamiento de los negros. Si bien la filantropía colonial pudo surgir de factores diversos como las convicciones religiosas, el estatus, la compasión o la culpa, también apareció debida al miedo. En Gran Bretaña y las zonas coloniales similares, los políticos suelen hacer referencia a la amenaza de la revolución y alientan activamente el interés por las obras caritativas como una forma de solucionar el malestar social13. En resumen, las obras benéficas no se diseñaron únicamente para ayudar a los pobres, sino también para proteger a los ricos.

Las organizaciones benéficas ayudaron activamente a suprimir las luchas anticoloniales. Por ejemplo, la Asociación de Mujeres de Kenia, Maendeleo Ya Wanawake (MYWO) y el Consejo Cristiano de Kenia (CCK, por sus siglas en inglés) estuvieron involucrados en los programas financiados por el gobierno, diseñados para subvertir la resistencia negra durante la rebelión «Mau Mau»14. El CCK estableció un «programa de rehabilitación» como respuesta a la situación de emergencia. Ofrecía maumau1«cuidados pastorales» a los internados en los campos de concentración; un eufemismo para un proceso de interrogatorios durante el cual los «africanos leales» recibían protección frente a los «terroristas» potenciales15 16. También establecían centros comunitarios en los suburbios y barrios marginales más problemáticos de Nairobi para extender los servicios de «rehabilitación» a las comunidades urbanas afectadas por la rebelión «Mau Mau»17.

Los servicios de bienestar voluntarios se adaptaron fácilmente al objetivo del control social, ya que se concebían como una gran actividad asocial. Los programas de cuidados que proporcionaban no pretendían abordar las circunstancias sociales que causaban el empobrecimiento, sino que más bien se preocupaban por los aparentes fracasos de los propios africanos. El problema no era la injusticia, sino la «falta de civilización» y el formar parte de los «nativos». Las obras benéficas fueron las que endulzaron la situación e hicieron que la situación de las colonias fuese más llevadera.

No obstante, con la aparición de la revolución anticolonial, las organizaciones de misioneros y voluntarios en las colonias tuvieron que hacer frente a la crisis. Los movimientos nacionalistas que llegaron al poder lo hicieron sobre la base de un «contrato social» con los movimientos populares que dirigían. Su credibilidad y legitimidad venía dada por su promesa de acabar con las injusticias sociales que caracterizaban la era colonial. Puesto que las sociedades misioneras y las organizaciones de voluntariado estaban involucradas en la supresión de las luchas nacionalistas en África, la gran duda que surge es cómo muchas de esas organizaciones fueron capaces de sobrevivir (e incluso prosperar) tras la independencia. La respuesta yace en la historia del desarrollo y la creación de la «ONG del desarrollo» como una entidad que trabaja a nivel nacional e internacional.

Si bien la idea y la práctica de una «comunidad de desarrollo» existió en el periodo colonial, los organismos voluntarios no se representaban ni representaban su trabajo en términos de «desarrollo» hasta mucho después. Esta perspectiva comenzó cuando el gobierno estadounidense y las agencias internacionales comenzaron a dividir el mundo en «desarrollado» y «subdesarrollado» y a describir el «desarrollo» como un objetivo universal18 19.

La aparición de un discurso de desarrollo proporcionó un fundamento de lo más conveniente a dos grupos de organizaciones de voluntariado. El primer grupo estaba formado principalmente por sociedades misioneras y organismos benéficos, como el CCK y el MYWO en Kenia, que estaban presentes en las colonias antes de la independencia. Christian Aid surgió de una red de organismos similar. El segundo grupo está compuesto por organizaciones como Oxfam, Save the Children y Plan International, que no estaban involucrados directamente en las colonias. Eran «organizaciones benéficas de guerra», establecidas para lidiar con las consecuencias humanas del conflicto en Europa. Las historias de estos dos grupos de organizaciones suelen estar relacionadas con los orígenes de las ONG del desarrollo20. De hecho, cada grupo tiene motivos muy distintos para adoptar la posición del desarrollo y, por lo menos en un principio, cada uno mantenía una relación diferente con los organismos oficiales que dominaban el campo.

Con el alzamiento del movimiento anticolonial, las sociedades misioneras coloniales y las organizaciones benéficas eran, a ojos de la mayoría, asociaciones vinculadas a la opresión colonial racista. Los fundamentos coloniales de la administración fiduciaria ya no eran válidos. En primer lugar, «indigenizaban» a sus administradores: iban sustituyendo paulatinamente al personal blanco, a los clérigos y a los gestores seculares por negros cultos21. Por otro lado, cambiaban su visión ideológica, con lo que sustituían el racismo abierto del pasado por un nuevo discurso sobre «desarrollo» que empezaba a formarse en el ámbito internacional.

Este nuevo discurso les proporcionaba una buena solución. Les ofrecía una vía alternativa y una serie de prácticas que, por lo menos en apariencia, estaban desprovistas de cualquier significante racial. Aparentemente, implicaban algún tipo de conexión con la emancipación, con la perspectiva de un «progreso» que les beneficiaría a todos. «Descubrieron» el atractivo de expresar sus preocupaciones acerca de la pobreza, y comenzaron a criticar los prejuicios raciales que habían causado su pobreza con la misma convicción con la que habían justificado la exclusión racial en el pasado. Las exigencias de la resistencia negra y las políticas internacionales les habían obligado a reconstruirse a sí mismos como «ONG del desarrollo» indígenas.

A diferencia de sus homólogos coloniales, las organizaciones benéficas de guerra no estaban inapropiadamente asociadas a los regímenes racistas. Tenían su base en Europa, un continente que apoyaba los objetivos de la ayuda humanitaria a nivel internacional. Cuando empezó el esfuerzo de reconstrucción en la posguerra con la aplicación del Plan Marshall en 1948, el sufrimiento masivo y el hambre dejaron de ser una amenaza inminente en Europa. Así, las organizaciones benéficas de guerra se enfrentaron a una serie de elecciones básicas. Podían reducir sus operaciones por completo o podían expandirse a nuevas zonas de actividad o nuevos continentes. Oxfam, Plan International y Save the Children son algunas de las organizaciones que decidieron extender sus actividades humanitarias más allá de las fronteras europeas.

¿Por qué lo hicieron? Pues, en cierto modo, lo hicieron por la supervivencia organizacional, es decir, por su propio bien; pero también por motivos ideológicos. Sin lugar a dudas, la religión desempeñó un papel muy importante al cimentar las creencias de la mayoría, pero la tradición idealista del internacionalismo liberal de sus fundadores fue la gran motivación (una tradición que también dio pie a la creación de la Sociedad de Naciones en los años de entreguerras). Los idealistas buscaban la forma de fomentar la paz mundial a través de la cooperación internacional y alentaron activamente a la población a que obtuviese un «mayor entendimiento de las civilizaciones más allá de la suya propia»22 23 24 25 26.

La década de los 60 marcó un antes y un después en la historia de las organizaciones benéficas de guerra. La Campaña Mundial contra el Hambre y el Decenio de Naciones Unidas para el Desarrollo afectaron positivamente a estas organizaciones. Les permitieron asimilar un nuevo discurso de desarrollo con el entusiasmo que las sociedades misioneras coloniales y las organizaciones voluntarias estaban poniendo a nivel local. Se vieron seducidas por los argumentos sobre la importancia del desarrollo, un objetivo mucho más noble y completo que la simple ayuda humanitaria, ya que se decía que serviría para abordar las causas de la pobreza y no solo sus síntomas a corto plazo27. Oxfam, War on Want y Christian Aid simpatizaron especialmente con estas perspectivas y apoyaron el llamamiento de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) para luchar contra la pobreza mediante un «desarrollo agrícola autónomo».

p60_angola2Su participación en el discurso del desarrollo sirvió para solucionar algunos problemas graves de marketing al que se enfrentaban organizaciones como Oxfam en sus proyectos de ultramar. En un principio, los fondos públicos británicos no lograban comprender que hubiese una situación de pobreza y hambre tan extendida por su glorioso imperio. La visión pública del continente africano venía dada por imágenes de un mundo exótico y lleno de aventuras. Como reconoce Maggie Black:

A pesar de las distintas ideas que tenía Su Majestad de los sujetos de piel marrón y negra, había un rasgo común: no se describían con los mismos términos (políticos, económicos o sociales) que «nosotros». No se hacían comparaciones siguiendo los mismos criterios porque las personas no eran comparables; no eran «como nosotros»28.

El desarrollo solucionó este problema de marketing. El discurso ofrecía a una audiencia confusa una perspectiva más clara de los africanos y los asiáticos. Era algo más aceptable porque se parecía en muchos aspectos a los discursos racistas del pasado, pero, en esta ocasión, con un vocabulario consistente con la nueva era de la modernidad. Los africanos ya no eran «incivilizados», sino que eran «subdesarrollados». De todos modos, los europeos «civilizados» o «desarrollados» tenían que desempeñar un papel importante a la hora de «civilizar» o «desarrollar» a los africanos.

En este tumulto confuso que caracterizó la victoria frente al colonialismo, a las ONG occidentales les resultó fácil convertirse en románticas e inflexibles por su entusiasmo a la hora de «traer el desarrollo al pueblo» en los países recientemente independizados. No obstante, el auténtico problema era que el discurso dominante del desarrollo estaba marcado no por el idioma de la emancipación y la justicia, sino por el vocabulario de la beneficencia, la experiencia técnica, la neutralidad y un profundo paternalismo (aunque también acompañado por la retórica del desarrollo participativo). En lo que respecta a las ideologías racistas del pasado, el discurso del desarrollo siguió definiendo a los pueblos no occidentales por su supuesta divergencia frente a los estándares culturales de Occidente, y también reprodujo las jerarquías sociales que habían prevalecido entre ambos grupos bajo el colonialismo. En esta línea, el denominado «mundo en desarrollo» y sus habitantes eran (y siguen siendo) descritos por lo que no eran o no tenían. Eran caóticos, no ordenados; tradicionales, no modernos; corruptos, no sinceros; subdesarrollados, no desarrollados; irracionales, no racionales… En otras palabras, carecían de todas esas cosas que Occidente presumía tener. Los blancos occidentales seguían siendo representados como los portadores de la «civilización» y debían actuar como agentes exclusivos del desarrollo, mientras que los negros, los poscoloniales seguían siendo incivilizados e ignorantes, destinados a ser objetos exclusivos del desarrollo29.

África consiguió la independencia política por la capacidad de liderazgo de los movimientos nacionalistas para capturar la imaginación de las formaciones populares, uniéndolas con la promesa de que tan sólo a través de la autodeterminación y la independencia podrían lograr sus expectativas. Sin embargo, al haber obtenido cierta autodeterminación política de la autoridad colonial, los nuevos ocupantes de la maquinaria del estado se mostraban reacios a conceder los mismos derechos a otros. El estado debía ser el «único desarrollador» y «único unificador» de la sociedad. Las asociaciones populares, las organizaciones y uniones políticas que trajeron el liderazgo nacionalista al poder empezaron a ser vistas como obstáculos para el progreso. Así, las fueron marginando poco a poco, y las fueron reemplazando por la supremacía de los expertos apoyados por las decisiones burocráticas y centralizadas de los «planes nacionales». La emancipación dejaba así de ser la bandera con la que los oprimidos se identificaban. En su lugar, el concepto de los derechos se codificó y se enrareció en legislaciones y constituciones, cuya aplicación era determinada por unos jefes de estado, que cada vez eran menos responsables30. Cuando se logró la independencia, «el desarrollo» se convirtió en la principal preocupación. El «problema» no era, según parecía, la emancipación o la negación de los derechos básicos, sino la «pobreza» y las «necesidades básicas». Mientras que una exigía la movilización popular, la otra inspiraba la pena y las preocupaciones de los técnicamente «correctos» enfoques para «paliar la pobreza».

Aunque la visión de «desarrollo» parecía mostrar un camino mucho más inclusivo hacia el «progreso» que anteriormente, el discurso, de hecho, no era más que una reformulación superficial de los viejos prejuicios coloniales. Tal y como lo explica Crush, «el desarrollo trata, principalmente, de confeccionar mapas y llevar a cabo acciones, del alcance espacial del poder y del control y la gestión de otros pueblos, territorios, entornos y lugares»31. El discurso del desarrollo ha permitido que se socavasen las aspiraciones populares hacia el cambio radical de la lucha por la independencia para legitimar así la continua marginalización de los pueblos no occidentales. Tras las independencias, se utilizó el desarrollo para debilitar las movilizaciones populares y para limitar la ideología comunista que estaba en expansión, ya que ambas podían obstruir el crecimiento continuo del capitalismo euroamericano en las antiguas colonias. Y todo esto se consiguió sin apenas neo-colonialism-is-nations-robberyproporcionar beneficios tangibles a los pueblos no occidentales. No hubo Plan Marshall para África. La poca asistencia que recibieron los países postcoloniales en términos de ayuda al desarrollo estuvo ligada directamente a los intereses occidentales a corto plazo32.

No obstante, pese a sus limitaciones, la economía africana postindependencia sí logró mantener una infraestructura social que, aunque no era comparable a las condiciones de Occidente, atendía a una gran población. El acceso universal a los servicios de salud y a la educación sigue siendo uno de los logros más importantes y menos reconocidos de los gobiernos de las independencias. El impacto de estos logros se ve reflejado en los posteriores cambios drásticos en ámbitos como la esperanza de vida, las tasas de mortalidad infantil, el estado nutricional de los más jóvenes, los niveles de alfabetización, etc. Estas sustanciales mejoras se observaron en todos los parámetros hacia finales de la década de 1970, como consecuencia de los programas sociales33. Hablamos de logros que desafían directamente la imagen actual, motivada principalmente por la ideología del estado como «ineficiente» e incapaz de proporcionar servicios efectivos34.

A pesar de la lealtad inicial de las ONG hacia el concepto de desarrollo y a pesar del enfoque y del alcance de sus actividades durante este periodo, las agencias oficiales de desarrollo no mostraron entusiasmo hacia esta línea de trabajo. En el imaginario de algunas organizaciones, como la USAID (Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, por sus siglas en inglés), la ONU o el Banco Mundial, el desarrollo pertenecía al estado y las ONG se encontraban en los límites de este ámbito. Aunque las ONG internacionales podían llevar a cabo proyectos en África, esta libertad estaba condicionada y se basaba en la asunción tácita de que aceptaban (o que no comentaban) la forma en la que el estado ejercía su poder. Este acuerdo convenía tanto a las agencias oficiales occidentales como a las no occidentales, puesto que la cooptación de los gobiernos postcoloniales hacia las agendas económicas y militares de las potencias occidentales era clave entre los objetivos implícitos del desarrollo durante la Guerra Fría. En consecuencia, el papel de las ONG en el inicio de este periodo postindependencia fue más bien marginal. Pese a que llevaron a cabo «proyectos» a la hora de proporcionar servicios en las zonas periféricas en las que el estado no estaba dispuesto a actuar, este proporcionó la gran mayoría de los servicios sociales bajo su contrato social con el pueblo.

El trabajo de las ONG se limitó a centrarse, a través de sus trucos y sus manuales técnicos, en atender a los «pobres» y ayudarles a aguantar el presente, en vez de buscar justicia por los crímenes pasados. Al igual que sus predecesores, los misioneros, estas ofrecieron a los pobres sus mejores esperanzas para el futuro (pero en la tierra y no en el cielo)35. En sus oficinas locales, establecieron las mismas divisiones raciales de trabajo y de salarios bajos para el personal local que habían estado vigentes con los misioneros.

El neoliberalismo y la reaparición de las ONG

Sin embargo, hacia el final de la década de 1970, sucedieron una serie de hechos que transformaron cualitativamente el concepto de «desarrollo» y establecieron las bases para la proliferación de distintas ONG, que reavivaron su fervor misionero.

La supuesta «crisis del petróleo» de mitad de la década de 1970 resultó en la creación de un exceso de capital financiero en una economía mundial que ya sufría a causa de la recesión. De repente, tanto Europa como los Estados Unidos de Norteamérica se vieron inundados por capital, con muy pocas posibilidades de obtener un alto índice de rentabilidad. Por consiguiente, los países en desarrollo se vieron obligados a pedir préstamos para financiar el «desarrollo». Sin embargo, este exceso de créditos internacionales fue efímero, y en 1980 se produjeron aumentos importantes en los costes de los préstamos. El gobierno de los EEUU implementó una política monetaria abiertamente neoliberal que incrementó los intereses en todo el mundo. Al mismo tiempo, la creciente revolución tecnológica de los microordenadores y de la tecnología genética atrajo el capital a nuevos sectores en los que las tasas de beneficio podían ser más sustanciales36. Repentinamente, los países deudores se encontraron con unos intereses en los préstamos que absorbían proporciones mucho mayores de lo que podían obtener con las exportaciones. La deuda se había convertido en el problema central de la «preocupación» en los círculos del desarrollo.

Durante este periodo, se produjo el surgimiento del «neoliberalismo» como la ideología político-económica dominante en Occidente, resumida en el ascenso al poder de Thatcher en Reino Unido y Reagan en EEUU. Un punto central de esta ideología era el concepto del estado minimalista: una constatación que alteró por completo el paisaje de las prácticas de desarrollo en África y en todo el mundo postcolonial. Según el consenso neoliberal, la función más importante de la política económica es salvaguardar el «derecho» de una minoría para acumular beneficios al tipo más alto permitido (eufemísticamente referido como «crecimiento»). Según se explicaba, solo cuando esta libertad no tenga límites podrá beneficiarse el resto de la sociedad de cualquier otro derivado (el llamado efecto goteo). Por tanto, el propósito del «desarrollo» es garantizar el «crecimiento» para que, en última instancia, se puedan disfrutar otras libertades en algún momento indefinido del futuro. El gasto estatal, según este dogma, debería centrarse en la creación y en la disposición de un entorno para el «crecimiento», y que no se «malgaste» en la provisión de servicios públicos que, en cualquier caso, se pueden proporcionar «más eficientemente» desde las empresas privadas.

Estos son los mantras que se fueron extendiendo en casi todos los informes sobre desarrollo económico, ya fuesen del Banco Mundial, del FMI, de la OMC o de las agencias de desarrollo bilaterales del norte. Esta es la «locura» que, según apunta Amartya Sen, hace que aquellos miembros útiles de la sociedad (como los profesores o los funcionarios de salud) se sientan más amenazados por las políticas económicas conservadoras que los generales de los ejércitos37. Esta es la locura que ha contribuido a crear ciertas calamidades sociales, como el genocidio de Ruanda38.

El endeudamiento de las naciones africanas les proporcionó a los organismos multilaterales de crédito la ventaja que necesitaban para imponer las medidas políticas neoliberales, siempre en el nombre de la universalidad. Las instituciones de Bretton Woods (con el apoyo de las agencias de asistencia bilateral) se convirtieron en los nuevos comandantes de las economías postcoloniales. Por medio de una infinidad de programas de ajuste estructural en todo el continente, lograron determinar tanto los objetivos del desarrollo como los medios para conseguirlo. Los ajustes legitimaban la intervención directa en los procesos políticos de toma de decisiones. Rápidamente, estas instituciones decidieron el alcance de la participación del estado en el sector social e insistieron en que el estado impusiese unas medidas económicas y sociales draconianas, que resultaron en un aumento del desempleo y en un descenso en los ingresos reales de la mayoría39. El resultado pretendía transformar y reestructurar la base social del poder en los países africanos, a través de la consolidación de una serie de fuerzas o alianzas que fuesen receptivas con la hegemonía de las agencias multilaterales y multinacionales en la incipiente era de la «globalización».

Hoy en día, la mayor parte de los analistas están de acuerdo en que las reformas liberales que el FMI y el BM impusieron como programas de ajuste durante la década de 1980 han sido la principal causa del incremento de la pobreza y de la desigualdad en África y en Latinoamérica durante las dos últimas décadas. Las limitaciones externas en el ámbito sanitario, en la educación, en las medidas de bienestar y en los programas sociales; los beneficios de las exenciones fiscales; la liberalización de los controles de los precios, y el desmantelamiento de las empresas estatales han contribuido al aumento de las disparidades internas. Varios estudios han conectado estos programas de ajuste con el deterioro de las condiciones sanitarias en África y en Latinoamérica, lo que apunta al incremento en la incidencia de la desnutrición infantil, las enfermedades infecciosas y las tasas de mortalidad maternoinfantiles40 41.

Sin embargo, sería un error afirmar que todo el pueblo africano ha aceptado esta situación de manera pasiva. La insatisfacción popular con los ajustes y sus políticas llevó al surgimiento de manifestaciones espontáneas. Entre 1976 y 1992, hubo 146 protestas contra las medidas de austeridad del FMI en 39 países de todo el mundo. Estas protestas conformaron manifestaciones políticas, huelgas y disturbios. Se desarrollaron principalmente en las ciudades y alcanzaron su punto álgido a mitad de la década de 198042. En muchos casos, la respuesta inmediata de los gobiernos fue la fuerza bruta, por lo que se reprimieron violentamente las manifestaciones, se declararon ilegales las huelgas, se cerraron las universidades y los sindicatos, las organizaciones estudiantiles y populares y los partidos políticos se convirtieron en el objetivo principal de la legislación represiva del estado.

No obstante, esta oposición generalizada también provocó que las agencias de asistencia multilaterales y bilaterales se replanteasen su enfoque hacia la promoción del desarrollo, particularmente cómo plantear los mismos programas económicos y sociales neoliberales con una «apariencia más humana»43. El resultado de estas deliberaciones fue la agenda de la «buena gobernanza» de la década de 1990 y la decisión de cooptar a las ONG y a otras organizaciones de la sociedad civil para que promoviesen un programa renovado de prestaciones de servicios de bienestar: una iniciativa social mejor definida como programa de control social.

Así, en la década de 1990, la atención de la comunidad internacional se centró en la «buena gobernanza», y se persuadió a los gobiernos africanos para que permitiesen el pluralismo político en forma de «multipartidismo». Sin embargo, la democratización de las estructuras estatales no se produjo y dejó de ser el interés de las élites dominantes. El papel del estado en el sector social se soldó eficazmente en el proceso de ajuste estructural. Las instituciones multilaterales se hicieron con la función decisiva de los actores estatales de determinar una política económica y, en cambio, estos acabaron siendo los culpables por el fracaso de las políticas neoliberales que sus propios críticos le habían impuesto. ¿Qué podía quedar que evitase las revueltas sociales? El pluralismo en el ámbito político parecía ser la única posibilidad, pero, lejos de legitimar la lucha por los derechos básicos o por conseguir que el estado y sus estructuras rindiesen cuentas, el resultado fue la introducción en el dominio público de las divisiones de las clases dominantes en su lucha por controlar el estado. Puesto que sus electores se encontraban habitualmente en las zonas rurales, la inevitable consecuencia fue el incremento de las tensiones tribales en el contexto urbano.

¿Y qué hay de las iniciativas de bienestar que acompañaban a la agenda de la buena gobernanza? Pues que las agencias bilaterales y multilaterales dejaron de lado grandes cantidades de fondos que iban dirigidos a «mitigar» las «dimensiones sociales del ajuste». El propósito de estos programas era actuar como paliativos para minimizar las flagrantes desigualdades que sus políticas perpetuaban. Así, se proporcionaron los fondos para asegurar una supuesta «red de seguridad» de servicios sociales para los más «vulnerables», solo que en este caso no corrían a cargo del estado (que se había visto obligado a «reducir» su participación en el sector social), sino del siempre dispuesto sector de las ONG.

La disponibilidad de estos fondos para las ONG pretendía tener un profundo impacto en la naturaleza del sector44. Este fue un periodo en el que la participación de las ONG norteñas en África aumentó drásticamente. Por ejemplo, la cantidad de ONG internacionales que operaban en Kenya se multiplicó casi por tres desde 1978 y hasta 1988, con la cifra de 134 organizaciones45.

Según el Insituto de Desarrollo de Ultramar (ODI, según sus siglas en inglés), en 1992 las ONG distribuyeron entre un 10% y un 15% de la ayuda para los «países en desarrollo»46. Aunque la mayor parte de este dinero provenía de donaciones privadas, una gran cantidad procedía de fuentes oficiales. Por ejemplo, el Departamento del Reino Unido para el Desarrollo Internacional (DFID, por sus siglas en inglés) concede alrededor de un 8% de su presupuesto para la asistencia a las ONG. El gobierno de los EEUU también transfiere alrededor de un 40% de sus programas de asistencia. Es cierto que la magnitud de la financiación oficial se ha incrementado considerablemente durante las dos últimas décadas. Sin embargo, a principios de la década de 1970, menos de un 2% de los ingresos de las ONG procedía de donantes oficiales. Hacia mediados de la década de 1990, esta cifra había aumentado hasta el 30% y en los diez entre 1984 y 1994, el gobierno del Reino Unido aumentó la financiación a las ONG en casi un 400%, con un total de 68,7 millones de libras. De la misma manera, las ONG australianas, finlandesas, noruegas y suecas vivieron incrementos parecidos en su financiación oficial desde 1980 y en adelante47. Como consecuencia de este aumento en los niveles de atención y de financiación, el número de organizaciones de desarrollo en los países occidentales creció súbitamente y muchas ONG ya establecidas observaron un crecimiento espectacular48. Y así, el número de ONG activas en los países africanos también aumentó: alrededor de un 40% de las ONG de desarrollo que trabajan hoy en Kenya son organizaciones extranjeras, 204 de un total de 511, según la encuesta más reciente49.

¿La posición del misionero o una agenda para la emancipación?

En la era de la globalización, los estados africanos han ido perdiendo la autoridad que determinaba tanto la dirección del desarrollo social como el contenido de las políticas sociales. Las limitaciones externas en el ámbito sanitario, en la educación, en las medidas de bienestar y en los programas sociales; los beneficios de las exenciones fiscales; la liberalización de los controles de los precios, y el desmantelamiento de las empresas estatales han contribuido al aumento de las disparidades internas. Y al enfrentarse con el creciente dominio de las corporaciones multinacionales en la economía doméstica, quedan pocas formas legítimas para que la clase capitalista indígena se enriquezca. Sus opciones, limitadas, son convertirse en agentes de las multinacionales o dedicarse al crimen, a la corrupción, al tráfico de drogas, a la explotación sexual, a la inmigración ilegal y al comercio ilícito de armas.

Tal y como apunta el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), los criminales están «cosechando los beneficios de la globalización». La desregulación de los mercados de capital y los avances en la comunicación y en las tecnologías de la información «hacen que todo fluya más fácilmente, más rápidamente y con menos restricciones», con respecto al tráfico de drogas, al blanqueo de dinero y al comercio de armas50. Puesto que la distinción entre una organización social dirigida a actividades delictivas o dirigida a actividades políticas se ha vuelto menos clara en las sociedades africanas, los civiles acaban cada vez más envueltos en el fuego cruzado o convertidos en los objetivos de los grupos armados de oposición o de la desesperada maquinaria del estado51.

Un mundo en continuo empobrecimiento, con numerosos conflictos y con estados que reniegan de sus responsabilidades sociales: ese ha sido el escenario en el que las ONG de desarrollo han estado gestionando su labor. El declive de África contribuye a la continua justificación de su trabajo en el continente. Las ONG «lo harán mejor a medida que el mundo se vuelva menos estable… [porque] la financiación estará más disponible para que las agencias puedan proporcionar servicios sociales “de estabilización”»52. Ahora que los gobiernos se han visto obligados a convertirse en los cuidadores de lo que se puede describir como los bantustanes de la globalización, ¿estamos ante el retorno del paradigma colonial en el que los servicios sociales se proporcionan en función del favor de la caridad y su poder para apaciguar a la población?

Las movilizaciones en masa que lograron el fin del dominio colonial en África se iniciaron con aspiraciones de emancipación social, económica y política. Los beneficios de la independencia no se han revertido en absoluto.

Cuando los mercados van más allá a la hora de conseguir dominio social y resultados políticos, las oportunidades y las recompensas de la globalización reparten desigualdad e inequidad, lo que provoca que el poder y la riqueza se concentren en grupos selectos de personas, naciones y corporaciones y que se marginen a muchos otros… Cuando los beneficios de los actores del mercado se pasan de la raya, desafían la ética de las personas y sacrifican el respeto por la justicia y los derechos humanos”53.

Las ONG se ven como «el canal preferido para proporcionar servicios como sustituto deliberado del estado»54. Las agencias de asistencia oficial han aprendido a reconocer a las ONG como programas de bienestar del estado: una solución para las deficiencias de bienestar en un momento en el que el ajuste estructural provocaba un aumento en las necesidades de bienestar.

Las ONG de desarrollo se han convertido en una parte necesaria e integral de un sistema que sacrifica el respeto por la justicia y los derechos humanos. Han adoptado la «posición del misionero»: proporcionar servicios, llevar a cabo proyectos de caridad y piedad, y ofrecerse a la gente (que, implícitamente, no puede valerse por sí misma), aunque con la palabrería de la participación. Sería un error mostrar la relación entre las ONG occidentales y las agencias de asistencia oficial en la década de 1980 como el producto de una conspiración consciente, como sí ocurrió con algunas organizaciones coloniales (como la MYWO). La precondición para la cooptación de las ONG hacia la causa liberal fue una mera coincidencia entre ideologías, más que un plan deliberado. Los defensores del neoliberalismo vieron en el desarrollo caritativo la posibilidad de imponer un orden social injusto por medios más coercitivos que consensuales. En esta línea, el papel que las ONG han desempeñado a la hora de expandir y consolidar la hegemonía neoliberal en el contexto global puede haber sido involuntario. De hecho, puede que no haya sido tan directo o tan clandestino como sí lo han sido algunas de las actividades que llevaron a cabo las organizaciones misioneras coloniales y las organizaciones de voluntariado. Sin embargo, eso no quiere decir que sea menos importante. Más bien al contrario, se podría discutir que han sido incluso más efectivas que estas últimas.

No obstante, la posición del misionero no es la única opción. Las organizaciones de voluntarios locales han expresado continuamente sus dudas hacia la falta de atención que las ONG occidentales han tenido hacia otras zonas de actividad (más allá de la del desarrollo internacional) y les han reclamado que intensifiquen las actividades de concienciación locales. Si nos remontamos a 1986, por ejemplo, las ONG africanas vieron que era necesario recordarles a sus «socios» occidentales sus amplias responsabilidades en una declaración formal en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Animamos a las ONG norteñas e internacionales a reconocer los vínculos de muchas políticas de sus gobiernos, corporaciones e instituciones multilaterales y que han afectado negativamente a la calidad de vida y a la independencia política y económica de los países africanos55.

Las ONG se enfrentan a una decisión muy difícil. Si se ponen de parte de la emancipación de la humanidad (ya sea en casa o en el extranjero), tendrán que centrarse, inevitablemente, en el dominio político para apoyar a aquellos movimiento sociales que buscan desafiar un sistema social que beneficia a unos pocos y empobrece a la mayoría. El fin del apartheid en África fue un claro ejemplo de la decisión a la que se enfrentan las ONG hoy en día: o bien apoyaban a los crecientes movimientos populares (en Sudáfrica y a nivel internacional) que pretendían el derrocamiento del brutal sistema de explotación, o permanecían en silencio y continuaban con su trabajo filantrópico y, por lo tanto, se convertían en cómplices de los crímenes del sistema de apartheid.

Así, ha empezado a crearse algo de conciencia de cambio a la hora de apoyar los movimientos emancipatorios, incluso entre las organizaciones occidentales (como Oxfam, Save the Children y Christian Aid) para las que los proyectos de desarrollo siempre han sido —y siguen siendo— el pan de cada día. Esta conciencia también se ha ido desarrollando entre las ONG locales, con ejemplos de esta agenda emancipatoria en la implicación en campañas para terminar con la deuda, el apoyo en campañas para proteger y promover los derechos humanos, etc. La otra opción es seguir trabajando en proyectos que, al igual que en el caso de sus precursores misioneros, refuerzan esas corrientes que han venido para subyugar y empobrecer a la mayoría.

El reto al que tanto las ONG locales como las occidentales hacen frente con esta decisión implica que la financiación, por lo menos de las agencias bilaterales y multilaterales, no tiene por qué seguir llegando para apoyar la lucha por la emancipación. No obstante, tampoco podríamos esperarnos que el propio régimen del apartheid sudafricano hubiese financiado el movimiento que pedía su derrocamiento.

Firoze Manji
Fuente: Fahamu – aprendiendo por el cambio

Tomado de The Wrong Kind of Green, FLASHBACK: The missionary position – NGOS and development in Africa, publicado el 15 de marzo de 2012.

Traducción de: Miguel Borrajo González y Raquel de Pazos Castro.

N. de los T.: Las traducciones de las citas son adaptaciones propias.


  1. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo: Informe sobre Desarrollo Humano –1996. (PNUD), Oxford 1996, p. 2-10.
  2. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo: Informe sobre Desarrollo Humano –2001. (PNUD), Oxford, 2001, p 1-8
  3. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo: Informe sobre Desarrollo Humano –1996. (PNUD), Oxford, 1999, 1-6.
  4. Jonathan Crush, ed., Power of Development. Londres, Nueva York: Routledge, 1995, p.5-8.
  5. Ian Smillie. The Alms Bazaar: Altruism Under Fire – Non-Profit Organisations and International Development. Londres: Intermediate Technology Publications, 1995, p. 129.
  6. David Sogge, Give and Take: what’s the matter with foreign aid. Londres, Zed Books: 2002.
  7. Herbert H. Werlin, Governing an African City: a Study of Nairobi. Londres: Africana Publishing Co., 1974, p.45.
  8. Esta caracterización también define ampliamente las condiciones que prevalecen en Sudáfrica bajo el régimen del apartheid y, como se explicará más adelante, también caracteriza las condiciones actuales de África en la era de la globalización.
  9. Las protestas de Harry Thuku en Kenia son un buen ejemplo.
  10. En Sudáfrica aparecieron otras formas de organización similares durante el mismo periodo hasta que se puso radicalmente fin al movimiento, que luego reapareció (aunque con otras formas) a finales de los años 70. Los procesos que tuvieron lugar en Sudáfrica tras las primeras elecciones y la transformación gradual de la lucha por los derechos en el mundo del «desarrollo» guardan una inquietante similitud con los acontecimientos que tuvieron lugar en el resto del continente.
  11. Carolyn Martin Shaw, Colonial Inscriptions: Race, Sex and Class in Kenya. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1995, p.153.
  12. Ngugi wa Thiong’o, Decolonising the Mind: the Politics of Language in African Literature. Londres: James Curry, 1986, p.16. [Traducción propia de la cita]
  13. Woodroofe, Kathleen, From Charity to Social Work in England and the United States. Londres: Routledge and Keegan Paul, 1974, pp.13-14.
  14. La MYWO se creó en 1952, cuando se había declarado el estado de emergencia, poco después de que los clubes Maendeleo llegasen a las aldeas mediante las tierras natales de Kikuyu. Los clubes contaban con el apoyo de unas concesiones anuales del Departamento de Desarrollo Comunitario del Gobierno. Les dijeron a las mujeres africanas que se unieron a los clubes que abandonasen su compromiso con el «Mau Mau» o que perderían los servicios «humanitarios» que proporcionaban los clubes. También les alentaban a que revelasen información acerca de los movimientos diarios de sus vecinos y parientes. Así podían encerrar en campos de concentración a las personas que mostrasen movimientos sospechosos. Además de los servicios de bienestar que obtuvieron, los clubes también les concedieron la exención del régimen obligatorio de trabajo que se aplicaba a todas las demás mujeres africanas. Aubrey, Lisa, The Politics of Development Co-operation: NGOs, Gender and Partnership in Kenya. London: Routledge, 1997, pp. 45-54.
  15. El Consejo Cristiano de Kenia, ‘The Story of Christian Aid from Churches in Great Britain to those in Kenya’, Colección de Archivo, Instituto de Estudios Orientales y Africanos, Archivos de la Sociedad Misionaria. CA/A/4, 1965; El Consejo Cristiano de Kenia ‘The Christian Council of Kenya: Emergency Projects and Future Policy’. Colección de Archivo, Instituto de Estudios Orientales y Africanos, Archivos de la Sociedad Misionaria CA/A/4/3, 1957, p.2.
  16. Carolyn Martin Shaw, Colonial Inscriptions: Race, Sex and Class in Kenya. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1995, pp.158-59. Los misioneros cristianos ofrecían la absolución a los internos si «confesaban» el papel que habían desempeñado a la hora de apoyar al movimiento de la resistencia. A continuación hacían llegar esta información a las autoridades, que decidían si consideraban oportuno continuar con los interrogatorios.
  17. Dirigían los centros en cooperación con distintas organizaciones misionarias y voluntarias, especialmente Society of Friends, Salvation Army, la Iglesia Metodista y los Presbiterianos. Ambas iniciativas recibieron financiación de distintas fuentes, incluyendo el Gobierno Colonial, el Ayuntamiento de Nairobi y el Departamento de Ayuda Intereclesial del Consejo Británico de Iglesias (el antecesor de la presente ONG de desarrollo Christian Aid). La Ayuda Intereclesial llevó a cabo una serie de llamamientos públicos para obtener donaciones en Gran Bretaña con el fin de apoyar el «trabajo de rehabilitación» del CCK. CCK, 1965.
  18. Vincent Tucker, ‘The Myth of Development: A Critique of a Eurocentric Discourse’, in Munck, Ronaldo and Denis O’ Hearn, Eds., Critical Development Theory: Contributions to a New Paradigm. Londres: Zed Books, 1999, pp.6-8.
  19. Gustavo Esteva, ‘Development’, in Wolfgang Sachs, Ed. The Development Dictionary: A Guide to Knowledge as Power. Londres: Zed Books, 1996, pp.12-14.
  20. El pasado éticamente cuestionable de las anteriores sociedades misioneras solía aparecer convenientemente en una historia mitificada en la que las ONG actuaban como portadoras de los valores humanitarios en el panorama internacional. Por ejemplo, en el famoso documento sobre el cambio organizativo de las ONG del desarrollo —‘Third Generation NGO Strategies: A Key to People-Centered Development’ (1987)—, David Korten describe un proceso lineal de cambio en las ONG del desarrollo, un proceso que, según dice, empezó a principios del siglo XX con el establecimiento de las primeras organizaciones benéficas de guerra. Korten ni siquiera considera la contribución de las sociedades misioneras coloniales y las organizaciones voluntarias a la evolución de las ONG del desarrollo, fuese este positivo o negativo.
  21. CCK y MYWO comenzaron este proceso a finales de la década de los 50.
  22. Timothy Dunne, ‘Liberalism’, en John Baylis and Steve Smith, Eds., The Globalization of World Politics: An Introduction to International Relations. Oxford: Oxford University Press. 1997. p.152.
  23. Maggie Black, Oxfam: The First 50 Years. Oxford: Oxfam, 1992a.
  24. Maggie Black, ‘The End of Total War’, The New Internationalist. 228 (Feb.): 20-22, 1992b.
  25. Plan International, A Journey of Hope: The History of Plan International. Woking, Surrey: Plan International, 1998.
  26. La expansión de la tarea humanitaria que ocurrió a finales de la década de los 40 y durante los 50 estuvo implícita en los actos de los internacionalistas comprometidos entre los fundadores de muchas organizaciones de asistencia de la guerra, como Gilbert Murray, de Oxfam, o Eric Muggeridge, de Plan International.
  27. El Dr. Neville Goodman, el Secretario General Adjunto de la Organización de Naciones Unidas para los Alimentos y la Agricultura (FAO), recalcó esta idea frente a una audiencia de organizaciones benéficas británicas tres semanas después del lanzamiento oficial de la campaña de Freedom From Hunger en 1960. «Las ayudas deben ir más allá de la filantropía», dijo. «Deben formar parte de un plan equilibrado para paliar algunos de los problemas alimentarios del mundo. Nuestra campaña pretende erradicar el hambre abordando las causas de la insuficiencia permanente de los suministros alimentarios». Citado en Black, 1992a, p.71.
  28. Dado esto, no resulta sorprendente descubrir que el público británico respondió de una manera mucho más favorable a los llamamientos de recaudación de fondos que pretendían ayudar a los europeos blancos, que a los que iban dirigidos a ayudar a los africanos o asiáticos negros. En 1948, Oxfam lanzó una campaña de publicidad llamada «Arab Relief». Esta pretendía recaudar fondos para ayudar a los refugiados palestinos a huir del conflicto causado por la creación del Estado de Israel. El llamamiento fue un fracaso. Oxfam recaudó mucho más dinero en años anteriores cuando pidió donaciones para ayudar a los refugiados alemanes y austríacos. Black, 1992a, p. 37. Aparentemente, el público británico veía a sus antiguos enemigos en igualdad de condiciones, pero no a las poblaciones de sus antiguas colonias. [Traducción propia de la cita]
  29. Resulta interesante saber que, durante este periodo, las ONG del norte establecieron la misma división racial de la mano de obra que en su momento había caracterizado los puestos de avanzada de misioneros y el estado colonial. El expatriado blanco, el experto técnico, solía ser el jefe de la oficina local. A pesar de que su país luchaba por la igualdad salarial en sus organizaciones nacionales. La ONG del norte de África vino provista de muchos motivos (llevados, generalmente, en un vehículo de cuatro ruedas) para justificar que el personal no debería recibir el mismo salario. Naoki Suzuki, Inside NGOs: Learning to Manage Conflicts Between Headquarters and Field Offices. London: Intermediate Technology Publications, 1998, p.21.
  30. Issa Shiviji, The Concept of Human Rights in Africa. CODESRIA, Londres, 1989.
  31. Jonathan Crush, ed. Power of Development. Londres, Nueva York: Routledge, 1995, p.7.
  32. A modo de presagio de lo que iba a venir, Kenya comenzó su independencia en la década de 1960 con una deuda de 29 millones de libras, un préstamo que el Banco Mundial arregló para asegurarse de que los colonizadores británicos que dejaban el país recibiesen un pago por devolverle la tierra a la población indígena a la que previamente se la robaron. Colin Leys, Underdevelopment in Kenya: the Political Economy of Neo-colonialism, 1964-1971. Londres: Heinemann, 1975, p.74.
  33. Por ejemplo, los datos totales de África Subsahariana muestran que la esperanza de vida aumentó de 38 años en 1960 a 47 en 1978, a pesar de que el PIB per cápita solo se vio incrementado de 222$ a 280$ (Banco Mundial, Informe Mundial de Desarrollo de 1980. Banco Mundial, Washington, 1981)
  34. Un dogma que han perpetuado muchas agencias internacionales, pero en particular en el Banco Mundial. Véase, por ejemplo: Sub-Saharan Africa: From Crisis to Sustainable Growth. Washington, 1989. La brillante respuesta de Amartya Sean a esta perspectiva demuestra que los aumentos más grandes en la esperanza de vida y la reducción en las tasas de mortalidad infantil son, de hecho, un resultado de las intervenciones estatales en el sector social, más que el resultado de los aumentos del PIB. Véase Sen, A. Development as Freedom. Oxford, Oxford University Press, 1999.
  35. Resulta interesante que incluso una de las más grandes agencias cristianas de desarrollo vio la virtud en ofrecer soluciones temporales en el terreno (conviene recordar el eslogan de Christian Aid: «Creemos en la vida antes de la muerte»).
  36. Sivanandan, A: Imperialism and disorganic development in the silicon age. Race & Class XXIV (2) 1979.
  37. Amartya Sen: Development as Freedom, 1999.
  38. Manji, F: The depoliticisation of poverty. in Development and Rights. edited by Deborah Eade, Oxfam, Oxford, 1998, p 12-33.
  39. Campbell, B: Indebtedness in Africa: consequence, cause or symptom of the crisis? In Bade Onimode (ed): The IMF, the World Bank and the African Debt: the social and political impact. Zed Books, Londres 1989: pp 17-30.
  40. G. Cornia, G. Jolly, and F. Stewart, Adjustment with a Human Face. Clarendon Press, Oxford, 1987.
  41. UNICEF, The State of the World’s Children. Oxford: Oxford University Press, 1992.
  42. John Walton and David Seddon, Free Markets and Food Riots: The Politics of Global Adjustment. Oxford: Blackwell, 1994, p.38-43.
  43. G Cornia, G Jolly, and F Stewart: Adjustment with a Human Face. Clarendon Press, Oxford, 1987
  44. INTRAC: Direct Funding from a Southern Perspective: Strengthening Civil Society? INTRAC, Oxford, 1998.
  45. P. Osodo, and S. Matsvai, Partners or Contractors: The Relationship between Official Agencies and NGOs: Kenya and Zimbabwe. INTRAC Occasional Papers No 10, INTRAC, Oxford, 1998, p.8.
  46. Overseas Development Institute (ODI), ‘Briefing Paper 4: NGOs and Official Donors’, [en línea] 1995. Disponible en: http://www.oneworld.org/odi/.
  47. Overseas Development Institute, 1995.
  48. Por ejemplo, Save the Children vio cómo sus ingresos anuales crecían de 6 millones de libras en 1981 a 60 millones en 1991. Chris Dolan, ‘British Development NGOs and Advocacy in the 1990s’, en Edwards y Hulme, eds., Making a Difference: NGOs and Development in a Changing World. London: Earthscan, 1993, p.205. En los países miembros de la OCDE en conjunto, el número de ONG aumentó de 1600 a principios de década a 2970 en 1993. Hulme y Edwards, 1997, p.4.
  49. Osodo, P and Matsvai S: Partners or Contractors, p.8.
  50. UNDP, 1998.
  51. En Sierra Leona, tanto el ejército como los «rebeldes» son los principales actores en la industria minera. La guerra en Liberia se ha convertido en un lugar lucrativo para la minería ilegal, el tráfico de drogas y el blanqueo de dinero. La guerra prolongada de Angola ha servido para que Savimbi y algunas multinacionales hayan podido extraer diamantes del país: solo en 1993, el grupo rebelde de Savimbi se hizo con 250 millones de dólares en las ciudades mineras que controlaba. El conglomerado minero sudafricano De Beers ha admitido que ha comprado diamantes ilegales de Angola por valor de 500 millones de dólares. En 1992, el blanqueo de dinero de las drogas en los países afectados por la guerra ascendió a 856 millones de dólares. Mamdani lleva este análisis un paso más allá. Este autor caracteriza el tribalismo como «guerra civil» porque «la noción de guerra civil es un continuum en el que las tensiones, acalladas, han coexistido desde mucho antes de que empezase la confrontación». Mamdani, M: Citizen and Subject: Contemporary Africa and the legacy of late colonialism. James Currey, Londres 1996 (p 292).
  52. Alan Fowler, Striking a Balance Earthscan Publications, 1997, p. 229.
  53. UNDP 2001 [Traducción propia de la cita]
  54. Michael Edwards y David Hulme, Eds., Non-Governmental Organisations: Performance and Accountability, Beyond the Magic Bullet. Londres: Earthscan, 1995, p.6.
  55. C. Kajese, ‘An Agenda of Future Tasks for International and Indigenous NGOs: Views from the South’, World Development, 15, (Otoño) suplemento: 79-86, 1987, pp.83-84. [Traducción propia de la cita]