Latinoamérica, Noticias, Resto del Mundo — 17/07/2016 a 11:41 pm

1936: Los primeros disparos que incendiaron el mundo

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El 17 de julio de 1936 las tropas facciosas de los regimientos de Regulares que en Marruecos se unieron al Golpe de Estado, fusilaron al capitán de aviación Virgilio Leret, jefe de la Base de Hidros del Atayalón de Mar Chica en Melilla. Con él, 13 compañeros suyos, oficiales del Ejército republicano fueron asesinados por defender la República a la que habían jurado fidelidad. Fueron los primeros fusilados de la Guerra Civil. Mi tía, Carlota O’Neill, la esposa de Leret, fue encarcelada inmediatamente y pasó cinco años, como aprendiza de muerta, en el penal de Victoria Grande, una prisión medieval donde se amontonaron cientos de mujeres republicanas. Su libro “Una mujer en la guerra de España”, fue el primer testimonio de aquella contienda. Los primeros disparos que incendiaron el mundo. Porque en España se dirimía el destino de Europa, y por ende, del resto de países que se encontraban abocados a rendirse al fascismo o luchar contra él.
Por Lidia Falcón, para el periódico Público.es, 17/7/2016, a ochenta años del inicio de la guerra.

Sólo el pueblo español se resistió al fascismo, hasta entregar su vida, su libertad y su propio futuro antes que rendirse. Hitler fue elegido por el pueblo alemán, Mussolini se hizo con el poder en un “golpecito” al que no se opusieron  más que escasos grupos de comunistas y partisanos, Portugal soportaba su dictadura con resignación, Francia temblaba de pánico ante la llegada del nazismo al que solo se enfrentó tres meses, el Reino Unido de Gran Bretaña impuso aquel infame Tribunal de No Intervención que privó de recursos a la República española para defenderse y entregaba complacientemente los Sudetes de Checoeslovaquia a Hitler. Y Estados Unidos se declaraba neutral e impedía que se enviara ayuda económica y de armamento a la República.

Virgilio Leret, el primer fusilado de la guerra

Mientras, en una resistencia que superaba en mucho a la heroicidad, el Ejército republicano y el pueblo español soportaron en soledad, con la única ayuda de la Unión Soviética y de México,  asediados por numerosos enemigos, fuera y dentro del país, tres años de combates exterminadores. Y terminada la contienda las guerrillas continuaron en las montañas españolas hasta 1954. No existe un caso igual en ningún otro país europeo ni americano.

El 18 de este mes hace ocho décadas que comenzaron aquellos terribles acontecimientos, cuando una parte del Ejército republicano se convirtió en faccioso y se levantó contra el gobierno legítimo de la II República. Es inaceptable que según la terminología actual se hable de “bandos”, equiparando a los fascistas con el Ejército republicano, categoría que utilizan incluso profesores y periodistas.

 Me resulta incomprensible y enormemente penoso comprobar que la sociedad española permanece indiferente y olvidada a este nuevo aniversario. Excepto Público.es los medios de comunicación no lo rememoran ni las instituciones públicas ni privadas han hecho de este transcendental recuerdo estudios, homenajes ni congresos como habría sucedido en un país civilizado.

Pero España no es un país civilizado. No lo es porque perdimos la guerra. Una guerra de las oligarquías y los fascismos, nacionales y extranjeros, contra el pueblo. Una guerra de exterminio de los trabajadores, de las mujeres, de la intelectualidad, de los políticos y sindicalistas, de los maestros y las maestras, de los científicos e investigadores. El genocidio español como lo llama Paul Preston. Una guerra  contra el progreso y el avance social que había comenzado aquella República, que para lograr su advenimiento las fuerzas avanzadas del país lucharon  durante sesenta años. El pueblo español ha librado tres guerras civiles exterminadoras desde el siglo XIX para librarse de la monarquía, de las fuerzas de la reacción, del caciquismo, de la aristocracia feudal, de la Iglesia católica. Para instaurar la libertad, la igualdad y la fraternidad. Aquella enseña que Francia impuso desde finales del XVIII. Y el reparto de la riqueza. La ley de reforma agraria y el encarcelamiento del banquero Juan March, fueron los más graves atentados a los grupos económicos que querían dominar el país y que financiaron la guerra. Pero ganó el fascismo en España, y en Europa.

En 1936 en España se libraba la batalla decisiva para impedir la II Guerra Mundial. Pero todas las oligarquías, las europeas y las americanas, se concitaron para que en España  el fascismo derrotara a la II República. Y de esa derrota somos herederos. Y testigos. Porque no ha pasado tanto tiempo para que no quedemos algunos supervivientes. Nuestros hijos aprendieron pronto lo que significaba ser hijos de vencidos en la España de Franco, pero cuarenta años de dictadura borraron la memoria, ocultaron las huellas de los crímenes, impusieron la explotación más feroz a los trabajadores, arrebataron a las mujeres los derechos de ciudadanía, convirtieron la educación en el más completo adoctrinamiento nacional católico, a palizas, torturas y asesinatos. Y de aquella escuela y de aquella cultura y de aquella sociedad hoy tenemos una intelectualidad vendida al poder, unos medios de comunicación que falsifican la información, una escuela incompetente, la mitad entregada a la Iglesia, una Universidad mediocre y sin recursos, unos partidos políticos vendidos al capital, oportunistas y miedosos, unos sindicatos derrotados, un movimiento feminista disgregado, sin fuerza y sin objetivos revolucionarios, una sociedad civil asustada y engañada.

La prueba más evidente de que todavía el fascismo impera en España es que  no se haya conseguido que los restos de nuestros republicanos asesinados se recuperen y se les de una sepultura digna. Que las asociaciones de la Memoria Histórica, que llevan luchando cuarenta años no hayan conseguido que se cree una Comisión de la Verdad, como exigen la ONU, la Organización de Derechos Humanos y Amnistía Internacional para que se sepa la Verdad y se haga Justicia y Reparación de las víctimas.

Hoy, que los medios de comunicación nos agotan con las nimiedades y estupideces de estas nuevas negociaciones entre los dirigentes de los partidos para conformar gobierno, pienso, en un ejercicio sentimental de nostalgia infinita, cómo sería nuestro país si la II República hubiese ganado la guerra.

Recupero la memoria de aquellas mujeres, intelectuales, dirigentes sindicales y políticas,  que escribieron, enseñaron, participaron en mítines y partidos, con la fuerza de Federica Montseny, de Dolores Ibárruri, de Victoria Kent, de Clara Campoamor, de Matilde Landa, de Margarita Nelken, de Cándida de la Mora, de Julia Álvarez Resano, de Veneranda García-Blanco Manzano, de Matilde de la Torre, de Rosario de Acuña, de Regina de Lamo. Releo los textos de María Zambrano, de Rosa Chacel, de Carmen de Burgos, de María Teresa León, de Zenobia Camprubí, de María de Maeztu, de María Lejárraga, la biografía de la artista Maruja Mallo, veo la obra pictórica de Remedios Varo,  repaso la lucha de Juana Doña, de Soledad Real, de Manolita del Arco, de Tomasa Cuevas. Y las comparo con la mediocridad  y pusilanimidad de las dirigentes políticas actuales. Comparo la obra filosófica, literaria y científica de aquellas antepasadas y pioneras en tantos campos y la que hoy realizan nuestras autoras y políticas posmodernas, posfeministas, posrevolucionarias, poseídas por las últimas modas, enredadas en librarse de los miedos, los compromisos y los prejuicios, la mayoría adquiridos en los colegios de monjas a que asistieron de niñas y adolescentes, atentas a aprovecharse de los beneficios que les ofrezca el partido en el poder, a situarse a través de los tráficos de influencias, y no puedo por menos de dejarme llevar por el desánimo y la repulsa.

Y dedico mi admiración y mi memoria también a los miles de mujeres que en los pueblos y en las ciudades, en las fábricas y en los campos, en todas las provincias de España, se incorporaron como milicianas a los frentes de batalla, trabajaron en la industria de guerra, de alimentación, de vestido y calzado, mantuvieron a sus hijos y a sus padres, ayudaron a los hombres en las guerrillas en las montañas y a la lucha clandestina en la ciudad, y sacrificaron los mejores años de su vida para que su país fuese un país más culto, más justo, más avanzado, más igualitario.

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Como decía en el Pórtico de mi libro en “El Infierno”- Ser mujer en las cárceles de España”, este artículo “va dedicado a todas las mujeres que sufrieron en el más indiferente anonimato, la persecución, el arbitrario encarcelamiento, el desprecio y la humillación de sus guardianes y de sus jueces, en el largo calvario de nuestro país bajo la dominación fascista…Las mujeres españolas, mientras dedicaban toda su energía a mantener con pleno rendimiento la industria de guerra y la producción de paz, la agricultura, la escuela y el hospital, soportaron, primero, los bombardeos y el hambre en la catástrofe guerrera: sufrieron más tarde el derrumbamiento de sus hogares, la derrota de sus esperanzas, y con la muerte en el alma, enterraron a sus padres, a sus maridos, a sus hermanos, y siguieron cumpliendo el papel asignado desde siempre: trabajaron en los campos y en las fábricas, y aceptaron el relevo y criaron a sus hijos, manteniendo el fuego de los ideales por los que murieron los suyos. Las mujeres de nuestro pueblo supieron ser fieles a sus héroes y a sus mártires”.

Vaya también mi admiración y recuerdo emocionado a los hombres que sacrificaron su juventud y su vida en esa lucha. Pero ellos han tenido siempre más reconocimiento y homenajes que ellas. Por eso les he dedicado este artículo. Pobre, escaso y modestísimo homenaje, que me temo será el único que reciban en este ochenta aniversario de su sacrificio, en este su país que debería reverenciar a todos, hombres y mujeres republicanos, en innumerables homenajes, con admiración y reverencia y sobre todo agradecimiento. Y solo les dedica ingratitud, olvido y desprecio.