Ojarasca. Nº 220, agosto 2015. Suplemento mensual del Diario mexicano La Jornada.


Editorial: Ante la paliza legal e ilegal, la organización

ojarasca

Ojarasca 220, agosto 2015. Descárgalo (pdf) y difúndelo

Lo malo de las leyes en México es que cuando más seriamente las necesitan los ciudadanos, éstas sirven para fastidiarlos. Para eso están hechas desde la carnicería legislativa desatada por los modernizadores del Estado, el PRI tardío, los salinistas y sus consecuencias, que desfiguró monstruosamente nuestra legalidad. Las legislaciones agraria, educativa, hacendaria, laboral, ambiental, judicial, de seguridad social y seguridad a secas, llevan rato que no son reconocibles como instrumentos de una nación soberana, justa y digna. ¿No tuvimos en el siglo XX algunas de las leyes más avanzadas del mundo en diversas materias, y hasta se aplicaban? La entrega incondicional de Estado y la economía al gran casino global liderado por Norteamérica, bajo el cuento de que “somos” norteamericanos y no latinoamericanos, tiene al país desgarrado, en agonía continua, prendido al anhelo básico de que no se siga poniendo peor.

La escandalosa disociación entre el discurso triunfalista de Estado y la realidad de a como la vive la gente, hay que entenderla como una forma de cinismo realista. La élite, relativamente numerosa —uno o dos millones de riquísimos y millonarios— es todo lo “norteamericana” que quiera, o lo que le convenga. En cierto sentido no mienten: les está yendo requetebién, y entre más nos apergollen mejor les irá. (¿Y dónde andarán los billones de pesos-dólares que no dejan de salir corriendo con entera discreción? Eso, sin mencionar el incontable trasiego en efectivo de la riqueza de los delincuentes, donde lo caido, caido).

Espejismos. Frágiles juegos de espejos. Engaños siempre pasajeros. Más lindos no podían presentarse los derechos conquistados en la legislación escrita, en materia de garantías individuales, matrimonios del mismo sexo, derechos de la mujer y reproductivos, de las personas mayores, la infancia, los pueblos indígenas, la libertad de expresión. Para lo que sirven con el cascarón constitucional como fondo, en un camposanto progresivo poblado de feminicidios, tráfico humano, desapariciones masivas, masacres, ejecuciones, niños que nacen, o mueren, a las puertas de los hospitales. La persecución política cae con todo el peso del Estado y sus instituciones, unánime; por ello una vez tras otra vemos a la autoridad judicial y los jueces actuar bajo consigna. Las fuerzas armadas están en todo el territorio y son intocables, ineludibles, casi innombrables.

Así, están presos, debiendo estar libres, los dirigentes más visibles de las alternativas legítimas de autogestión y autodefensa en Michoacán, Guerrero, Sonora. Cemeí Verdía, Nestora Salgado, Marco Suástegui, Mario Luna, incluso José Manuel Mireles. El mensaje particular de La Ley para las resistencias indígenas y campesinas es: nada de autogestión, de defensa comunitaria, de autonomía. Ecos lejanos del incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés. Con la otra mano, valiéndose de todas las excepciones de la ley, los “norteamericanos” del gobierno, los partidos políticos, las cúpulas empresariales y las mafias todopoderosas saben garantizadas su libertad de movimientos y su impunidad. Impermeables al escándalo, a la exhibición pública, al clamor por justicia de miles de víctimas, afectados, agraviados y despojados por el desorden fríamente calculado en que nos tienen inmersos. Suyas son las elecciones, las consultas sin consentimiento previo, las fuerzas armadas, el Congreso, las Cortes, los medios de comunicación. Y las leyes.

Por si esto no bastara, las leyes mexicanas, así como están, deformes y llenas de candados y trampas, pronto quedarán subordinadas a una reglamentación supranacional que se negocia en secreto, a espaldas de ciudadanías como lo de México y otros país subalternos en la cuenca del océano Pacífico. Estas “leyes” (sin legisladores de por medio) son empresariales, capitalistas, beligerantes e ineludibles harán añicos el Convenio 169 de la OIT, los acuerdos antinucleares, las restricciones a los ejércitos, los derechos territoriales y culturales, etcétera.

Organizarse. Ante la aparente paliza, no queda de otra a los pueblos, barrios, tribus, regiones y comunidades, los gremios, el estudiantado, el proletariado. Es lo que quieren impedir que hagamos. Sin organización no hay nada. Sólo organizándonos revertiremos a las leyes nefastas y sus administradores. Algún día perderán esos traidores.